Si consideramos que la filosofía tiene la misma antigüedad que aquellas instituciones en las que se formaron los primeros filósofos profesionales como sostiene Eduardo Rabossi en El comienzo: Dios creó el Canon[1], entonces nuestra filosofía nace en 1623 si tomamos en cuenta el Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata de Guillermo Furlong[2]. En esta obra magna, se documentan por primera vez dándole vida a casi 300 años de pensamiento filosófico rioplatense institucionalizado desde una perspectiva situada y con un marco disciplinar específico que la distingue de la teología y la jurisprudencia de aquel momento. El valor epistemológico se define por su enfoque, el cual permite dar cuenta de cómo se da la reapropiación de las corrientes de la filosofía clásica desde la base de un espíritu nacional en construcción y de un destino común que se entiende como la esencia de la Patria. En tanto si seguimos la lógica de las ideas de Rabossi, que cabe aclarar, refieren al modelo universitario moderno del siglo XIX en Alemania, sin embargo su planteo es enriquecedor además, para pensar la figura de Guillermo Furlong, que no se identifica con un historiador en sentido estricto o restringido a su campo, sino que pertenece al grupo de los que “filosofan historiando” o “historian filosofando” tal como Georg Wilhelm Friedrich Hegel o Immanuel Kant.
A lo largo de este libro de casi 800 páginas se desarrolla una historia de la filosofía asociada a la tradición jesuítica y al proceso instituyente que abarca la producción de textos filosóficos, la práctica educativa, la distribución de roles y las habilidades que se pretende que sus egresados adquieran. Me enfocaré en cómo el autor describe las cátedras, los textos y la enseñanza de la filosofía en la Universidad de Córdoba entre 1623 y 1700, los cuales son fundamentales para entender los inicios de una tradición filosófica nacional vinculada a las instituciones pre y universitarias[3], y finalmente, estableceré algunas diferencias y similitudes con la versión de Enrique Dussel acerca de esta misma etapa de la filosofía revisada aproximadamente 30 años después.
Punto de partida
Ya en el índice de su obra, Guillermo Furlong establece una división entre las primeras manifestaciones filosóficas en el Río de la Plata y las corrientes europeas. Este reconocimiento se justifica por la participación activa de los filósofos en debates y en prácticas educativas determinadas que no dependen del lugar de sus nacimientos que en muchos casos era España. Clasifica a estos pensadores como “independientes” y destaca una “corriente común jesuítica”[4], comandada en gran medida por Francisco Suárez, figura clave para la designación de la categoría “tomistas-suaristas” que viene a expresar esta intersección. También da cuenta de la presencia de filósofos y teólogos de la naciente Universidad de Córdoba que ponían en discusión temáticas referidas a la naturaleza de Dios, la existencia y la moral, integrando las ideas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino con problemas concretos de aquella época. Además, menciona la importancia de la retórica y la dialéctica en la formación de los estudiantes, preparando a muchos para roles en la administración colonial y la iglesia. La enseñanza de la filosofía no solo era un ejercicio académico, sino también una forma de consolidar el poder y la influencia de la iglesia en la sociedad colonial.
A tal punto es su relevancia para los sucesos históricos, que llega a sostener que la filosofía moderna e ilustrada europea tuvo una presencia efectiva y un impacto significativo en el entramado escolástico, contribuyendo al proceso de independencia argentina de 1810[5]. Generando un amplio contraste con la historiografía argentina del siglo XIX y principios del XX, en la que predomina una corriente antihispanista que busca consolidar la naciente conciencia nacional[6] desacreditando las misiones o influencia jesuítica en estos hechos históricos.
Por otra parte, es preciso añadir que en el momento en el que G. Furlong escribe esta obra, se estaban dando ciertas transformaciones en el terreno de la investigación social que tuvieron profundos impactos la disciplina histórica y que se encuentran distinguidos en el trabajo reciente de Oscar Ernesto Mari titulado Las Misiones Jesuíticas en la historiografía argentina (2005), entre ellos: la cuestión metodológica, la insuficiencia heurística y la concepción genética. Estos cambios en materia histórica también van a dar lugar a lo que el sacerdote jesuita concibe como historia en este trabajo monumental donde confluyen varios factores novedosos que he intentado destacar como punto de partida.
Características de la filosofía universitaria rioplatense
En 1604, el jesuita Juan de Albiz impartió clases de Aristóteles en la Compañía de Jesús en España. Tres años más tarde, se trasladó a Chile, donde asumió el cargo de secretario del Viceprovincial. En 1617, Albiz comenzó a enseñar filosofía en el Colegio Máximo de Córdoba, donde instruyó a jesuitas y no jesuitas, consolidándose así como uno de los primeros profesores de la materia en el país, según Furlong.
Entre 1623 y 1660, la Universidad de Córdoba, formalmente fundada en 1622[7], ofrecía cursos de Filosofía y Teología. Sin embargo, se carece de información precisa sobre los autores o textos enseñados y los responsables de estas cátedras. A partir de 1660, se tiene constancia de que el Padre Cristóbal Gómez enseñaba “dialéctica” y el Padre Cristóbal Grijalba “metafísica”.
A estos se sumaron varios sacerdotes, en su mayoría procedentes de España, que no sólo impartían clases en Córdoba, sino que también ocupaban cargos de rectores o secretarios en otros colegios que se estaban fundando en provincias como Santiago del Estero, Tucumán o Buenos Aires. Además, la mayoría de estos clérigos escribieron tratados filosóficos y teológicos que hoy se encuentran incompletos o se han extraviado.
A pesar de las imprecisiones sobre las doctrinas filosóficas enseñadas durante el siglo XVII, es posible rastrear esta información a través de la correspondencia de la época y de las fuentes documentales analizadas por Furlong, principalmente infolios latinos procedentes del archivo de la Universidad de Córdoba y de otras bibliotecas, tanto dentro como fuera del país, y material que el autor seleccionó de distintas instituciones y de coleccionistas. También el hecho de que conociera el idioma del Lacio contribuyó a la densidad que ostentan sus fuentes.
Entre las disciplinas impartidas se incluían la dialéctica, la metafísica y “la ciencia aristotélica”. Para aprender Aristóteles, se recurría a textos como La Lógica Mexicana del Padre Antonio Rubio, que predominó hasta 1657. Estos textos se presentaban como “comentarios” y ofrecían una vía de acceso a los textos aristotélicos[8]. Por ello, Furlong considera a Rubio “el primer autor de Filosofía en lo que hoy es la República Argentina”.
Al examinar detalladamente los tres tratados que Rubio escribió sobre el alma, el historiador evidencia que su interpretación, influenciada por su experiencia como profesor en México, se distanciaba de la postura tomista. Para Rubio, el alma era formal o eminentemente corpórea, mientras que para Santo Tomás era únicamente virtualmente corpórea. Sin embargo, ambos coincidían en otros aspectos, como el rechazo a la pluralidad de formas, un tema debatido por los intérpretes de Aristóteles hasta la actualidad.
El Padre Rubio, en sus escritos, discutió con la tradición escolástica y las interpretaciones árabes de Aristóteles en lo que respecta a la corporeidad y la materialidad, forjando así una posición propia. Por tal motivo, Furlong se detiene en las críticas y acuerdos de Rubio con Santo Tomás de Aquino para cuestionar los catálogos que simplifican las corrientes rioplatenses en términos de “a favor” o “en contra” de la escolástica o del tomismo. Esta crítica se evidencia en un texto de 1888 titulado La Ciencia Española, que ilustra cómo desde estos confines del mundo se gestaban ideas igualmente complejas que no se limitaban a reproducir o descartar los textos y categorías de los clásicos.
En su análisis, Furlong también señala que el filósofo y teólogo Rubio, junto con otros pensadores de su generación, utilizaban la modalidad directa del texto fuente para desarrollar sus propias interpretaciones, así como las de sus alumnos o discípulos. Este enfoque pedagógico basado en la consulta de la fuente primaria e, idealmente, en su idioma original, ha contribuido a lo que se considera hoy como “originalidad” interpretativa. Se trata de un modelo “filológico” de enseñanza que permite la adquisición de herramientas procedimentales para el análisis textual. Según el filósofo argentino Alejandro Cerletti, la lectura de textos fuentes es una de las cuatro modalidades de acceso a la filosofía, junto con la vía histórica, problemática y con la de doctrinas, escuelas o sistemas. Este autor sostiene que la hipótesis subyacente a esta modalidad es que “la enseñanza y el aprendizaje deberían centralizarse en el proceso de análisis y comprensión de estas obras (clásicas), ya que allí reside gran parte del saber filosófico” (Cerletti)[9].
Asimismo, se destaca otra modalidad que consiste en abordar lo filosófico desde sus problemas. En este sentido, Furlong describe las dinámicas cotidianas de la casa de estudios, organizadas en función de fechas litúrgicas y que incluían, por ejemplo, torneos intelectuales: “Uno de los alumnos, sentado en la cátedra, junto al profesor, expone y defiende una conclusión. A continuación, dos o tres alumnos rebaten los argumentos utilizados por el expositor para defender su conclusión. Este es un excelente medio para evaluar la fuerza probativa de los argumentos y esclarecer posibles dificultades”.
Si bien estos métodos no son “novedosos”, según el historiador, dado que provienen de prácticas medievales, constituyen un intenso entrenamiento mental que podía extenderse hasta seis horas, favoreciendo así el desarrollo del pensamiento filosófico a través del ejercicio riguroso de la argumentación. Las clases regulares de filosofía, no obstante, duraban cuatro horas, y los estudiantes, que eran pupilos, comenzaban a estudiar a las 5 a.m. Tenían clases de 7 a 9 y realizaban “reparaciones” a las 12, se trataba de trabajos comunitarios destinados a favorecer la autonomía de las comunidades originarias argentinas, así como a modificar sus modos de vida cotidiana, por ejemplo, mediante la enseñanza de técnicas agrícolas y artesanales. Estas prácticas, aunque con diferencias, siguen vinculadas a actividades contemporáneas como los proyectos de extensión o de enseñanza que promueven un contacto directo entre la universidad y la sociedad.
Después de almorzar, las clases continuaban de 3 a 5, seguidas de reparaciones a las 6, y los estudiantes dedicaban tiempo a estudiar antes de acostarse, hasta las 9. En este contexto colonial, la filosofía constituía, por tanto, una formación cultural esencial en la vida integral de aquellos que aspiraban a ser educados para el progreso de la Nación, instruyéndose en valores éticos, lo que se reflejaba en los espléndidos actos y festejos que celebraban a los graduados, quienes no sólo obtenían un título académico, sino también la gloria y el reconocimiento social.
La versión dusseliana
El filósofo e historiador nacionalizado mexicano Enrique Dussel utiliza un criterio basado en la estructura económica y en la contextualización social concreta para organizar la historia de la filosofía latinoamericana. Los dos primeros períodos que él denomina de “normalización” filosófica – un concepto que fue empleado previamente por el historiador Francisco Romero- están marcados por la creación de universidades o centros intelectuales.
La primera de estas normalizaciones se produce en la época colonial con la fundación de las universidades de México y Lima, que tenían el mismo rango que las de Alcalá de Henares y Salamanca, a las que más tarde se sumaría la de Chuquisaca. En 1553, se iniciaron las clases de “artes”, y con ello se comenzó a enseñar filosofía formalmente a nivel universitario en América Latina, tanto en México como en Lima.
Durante este primer período, Dussel sitúa a los textos del Padre Antonio Rubio, considerados por Furlong como los primeros textos filosóficos “argentinos”, entre las obras con mayor impacto internacional. La Lógica Mexicana circuló en España entre 1548 y 1615, con numerosas ediciones en Colonia (Alemania), Leipzig, Lugduni y otros lugares. Dussel sostiene que ninguna obra filosófica latinoamericana contemporánea ha alcanzado tal penetración en el pensamiento europeo del `centro´ como este texto que pretende facilitar el acceso a la lógica aristotélica y que fue escrita en México por quien sería un profesor en Argentina.
Así, la primera época de la filosofía latinoamericana se remonta a los siglos XVI y XVII, y hasta la mitad del siglo XVIII, en coincidencia con el criterio historiográfico de Guillermo Furlong. Sin embargo, Dussel aclara que esto no implica que no hubiera pensamiento o historia de las ideas antes de este periodo; más bien, se refiere a la falta de una sistematización filosófica, en la que “la escolástica alcanzó un notable nivel para su época” (Dussel, p. 14). Este segundo período de normalización del pensamiento latinoamericano considera las cosmovisiones precolombinas amerindias y los pensamientos populares como expresiones filosóficas alternativas a la vida institucionalizada que no están contempladas por Furlong, pero sobre todo porque la noción de filosofía que el autor maneja es la de la disciplina constituida como tal dentro de los marcos educativos formalizados y metódica.
Ahora bien, al interior del período de normalización, Dussel, al igual que Furlong, establece una distinción entre la primera y la segunda escolástica. De 1553 al siglo XVIII, la segunda escolástica representa la filosofía hegemónica, que impuso su discurso y categorías en universidades, colegios, seminarios tridentinos y diversas escuelas. Aunque Dussel reconoce que el humanismo americano y el barroco tuvieron representantes destacados, no fueron corrientes hegemónicas en este territorio.
Por lo tanto, “podemos decir que las filosofías tomista, suareciana y agustina se articulaban a las clases y fracciones dominantes de la cristiandad colonial y no pudieron, de ninguna manera, y solo en excepciones, significar alguna crítica al sistema vigente” (Dussel, p. 15).
En este punto, la visión de Dussel es más “radicalizada” en el sentido de qué entiende por crítica. Para él la filosofía supone necesariamente un pensamiento rupturista que viene a poner en cuestión estructuras o formas de abordar el mundo, constituyendo de este modo la base de la filosofía para la liberación. Y si bien es condición de posibilidad para hacer filosofía estar del otro lado del “orden hegemónico o dominante” o situado en el “tercer mundo” o en el “pensamiento periférico”, reconoce al mismo tiempo los aportes, que aunque se enmarcaron para él en los sistemas vigentes, contribuyeron a la demarcación de una filosofía latinoamericana en sus contradicciones. En otras palabras, Dussel afirma que si bien la filosofía en este período es un “producto europeo trasplantado a nuestras tierras”, acepta que la escolástica en América no fue una mera repetición sino que su interpretación situada aportó creatividad y condiciones para el surgimiento de una filosofía local, en la que él mismo se inscribirá.
Retomando la idea de hacer filosofía historiando que es una actividad que ya en el siglo XIX Georg Wilhelm Friedrich Hegel había colocado en las antípodas otorgándole sobradas justificaciones para el desenvolvimiento del espíritu, Guillermo Furlong es un autor fundamental para la filosofía argentina rioplatense y por otra parte, visto en paralelo a Enrique Dussel, constituye un valioso antecedente del pensador mexicano.
Más allá del viraje que tuvo la disciplina de la historia en la etapa en la que estaba escribiendo Furlong respecto a la utilización de las fuentes, la importancia de la documentación como los datos extraídos de las correspondencias, papeles, anotaciones y material no oficializado; el aporte del sacerdote jesuita es clave a la hora de comprender las continuidades que se dan en la forma de hacer filosofía en y desde el territorio nacional. Los incansables debates por los objetos de la filosofía de si ésta debe, o sólo se dedica, o se ha dedicado históricamente a los asuntos de carácter universal (afirmación que tornaría un oxímoron hablar de filosofía localizada) creo, se diluyen a la hora de plantear la cuestión desde otra óptica. ¿Cómo se enseñaba y aprendía filosofía en los primeros colegios y universidades de latinoamérica? ¿Pueden las ideas filosóficas no verse afectadas por las personas que se inscriben en una cultura? Quizás algunos de estos supuestos hicieron que quedara oculta o rodeada de misterio, la tradición filosófica en nuestro país. En el Nacimiento y Desarrollo de la Filosofía en el Río de La Plata hay una amplia base de datos de quiénes eran aquellos profesores universitarios, cómo era la vida cotidiana del estudiante de filosofía y sobre qué temas se escribían o se trabajaban durante las clases. En algunos casos los referentes provenían directamente de España o de otros países de latinoamérica y otros habían nacido en Argentina. Vimos que la práctica resultaba bastante rigurosa y aunque no tenía el estatuto que sí conservaba la Teología en cuanto al estudio de la condición humana y su relación con lo divino, era una disciplina respetada, compleja y prestigiosa que implicaba desarrollar una serie de habilidades como la de la argumentación, la puesta en cuestión y el manejo de lenguaje técnico.
Asimismo los primeros textos filosóficos que se escribieron en nuestro país desde la academia, tuvieron que ver con manuales de acceso a los filósofos griegos en particular Aristóteles que era la figura más relevante y estudiada. La materia “Ciencia Aristotélica” daba cuenta además de un perfil cientificista que se articulaba con “Metafísica” de impronta espiritual. El proceso de secularización no terminó de hacer eco al menos en el estudio de la filosofía universitaria hasta la actualidad a pesar de los grandes debates que emergieron durante el siglo XX con el existencialismo y la fenomenología, entre la filosofía de carácter ateo o religioso.
Por último la figura de Enrique Dussel dispara una serie de semejanzas con la ya planteada por Furlong respecto a la originalidad del pensamiento filosófico de los autores latinoamericanos y no como siendo meras copias de ideas europeas, sino también abordando el impacto que esas ideas provenientes de nuestro continente tuvieron en los europeos. En este sentido está el ejemplo de la Lógica Mexicana de Pablo Rubio que ambos autores comparten, así como la importancia de Francisco Suárez para los sucesos independentistas.
En cuanto a las diferencias, podemos señalar la atención de Dussel a las cosmovisiones amerindias que estarían dentro de la categorización de filosofía aunque no se inscribieron en el ordenamiento institucional y que lo colocan en una visión más amplia respecto a la disciplina aunque, al mismo tiempo, la restringe a la condición de posibilidad de que para ser filosófico un pensamiento debe ser rupturista, cuestión que sin duda resulta debatible al contrastarlo con otras definiciones de aquello que denominamos filosófico.
Imagen de portada: Guillermo Furlong. Fuente: www.hilariobooks.com/
[1] Esta obra se publicó de forma póstuma en el 2006.
[2] Guillermo Furlong fue un historiador y sacerdote jesuita nacido en Arroyo Seco, Santa Fe, en 1889. Escribió una cantidad exorbitante de obras. Según datos de la USAL, se publicaron alrededor de 2000 libros de su autoría. Entre los más importantes se destaca “Misiones y sus pueblos de guaraníes” (1962) y como el más curioso, un documento inédito que fue publicado recientemente en el 2017 titulado “Lexicon verbae del Martín Fierro”. Furlong falleció en Buenos Aires el 20 de mayo de 1974.
[3] ¿Por qué la filosofía? porque como señala el autor, el estudio de la Filosofía “fue el que primó entre todas las asignaturas, y era en general y común a todos los estudiantes, sin distinción de carreras”, por lo que llegó a ser el “fundamento imprescindible de la formación cultural de otrora y el substratum de la vida integral de los hombres que vivieron en los tiempos coloniales” (Furlong, 1952. p,121)
[4] Son descripciones que hace Guillermo Furlong y que utiliza de forma intercambiable
[5] También otros historiadores sostienen esta tesis como Probst (1924), Juan Carlos Zuretti (1947) y Celina Lértora Mendoza (1979). Tesis sobre la filosofía moderna en Furlong y otros autores en “Recepción del pensamiento moderno europeo y enseñanza de la filosofía en el siglo XVIII en el Río de la Plata. El caso de Baruch Spinoza” https://revistas.usantotomas.edu.co/index.php/cfla/article/view/7602
[6] Esta hipótesis aparece en el artículo “Las Misiones Jesuíticas en la historiografía argentina” de Oscar Ernesto Mari, 2005, p,103.
[7] Según Cayetano Bruno en “La españa misionera”, la universidad de San Ignacio de Córdoba si bien se fundó en 1622 la iniciativa fue por parte del obispo franciscano Fray Fernando de Trejo en el año 1613 quien se murió sin ver realizado su proyecto. Para 1810 ya existían en Hispanoamérica 33 universidades entre las que se encontraba la de Córdoba.
[8] Commentari in Universam Aristotelis Logicam (1605) y Breviores Commentarii in Universam Aristotelis Logicam o Lógica Mexicana (1607).(Furlong 1952, p, 101)
[9] Modalidades y Contenidos en la enseñanza filosófica. Guillermo A. Obiols y Alejandro Cerletti Disponible en: http://es.scribd.com/doc/114597443/52494644-Obiols-Cerletti-Modalidades-y-Contenidos-en-la-ense-anza-filos-fica#scribd.
Bibliografía
Cayetano Bruno, (1990) La España misionera. Ante el quinto centenario del gran descubrimiento. Rosario: Didascalia.
Cerletti, A y Obiols, G. Modalidades y Contenidos en la enseñanza filosófica. Disponible en:
Dussel, E (2012) Historia de la filosofía y filosofía de la liberación. En Obras Selectas – Enrique Dussel
Furlong G. (1952) Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata 1536-1810. Buenos Aires: Guillermo Kraft limitada.
Furlong, G. (1960) La revolución de mayo. Buenos Aires: Club de Lectores.
Mari, O. E (2005) Las Misiones Jesuíticas en la historiografía argentina entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX. Misiones, Resistencia: Repositorio digital CONICET. Disponible en Historia de Am”rica 05 (Filmar)
Rabossi, E. (2008) En el comienzo Dios creó el canon. Biblia beronidensis. Buenos Aires: Gedisa editorial.