Adiós a Francisco, el pastor con olor a pueblo.

Aníbal Torres

Tras celebrar la Pascua de Resurrección, Francisco de Roma tuvo la suya. Como escribió J. Ratzinger en 1978, tras la partida de Pablo VI (el Papa que más admiraba Jorge Mario Bergoglio), ya no descenderá a la historia. Porque la ha trascendido. Despedimos así, con gran dolor y gratitud, al apóstol de la paz, de la no violencia activa y de los más pobres de los pobres, a un verdadero “Pastor con olor a pueblo”, ese pueblo sufriente, sencillo pero esperanzado en un cielo nuevo y en una tierra nueva. 

El Pontificado de Francisco de Roma, el primer Papa latinoamericano y jesuita, estuvo apoyado -según mi humilde saber y entender- sobre cinco pilares: la misericordia (su divisa, concretada en praxis compasiva), el discernimiento personal, comunitario e institucional (su impronta marcadamente jesuita), el pueblo (desde las raíces de la reflexión teológica surgida en su lejana patria), la sinodalidad (según la eclesiología renovadora del Concilio Vaticano II) y la mística (consumada en su afecto entrañable a la “devoción de las devociones”, el Sagrado Corazón de Jesús).

Cuando muchos creían ver a un “Papa político”, no entendían que, en realidad, por sobre todo, fue un re-evangelizador, como lo expresó en Evangelii Gaudium (“la alegría del Evangelio”), su “programa” de gobierno pastoral. Entendió que, en un mundo dividido, polarizado, lacerado por enfrentamientos y desigualdades (rasgos que la propia Iglesia alberga en su interior, a veces muy humano), la Buena Nueva de Jesús de Nazaret era, es y debe ser para “¡todos, todos, todos!”, no dejando a nadie al costado del camino: ni a los bautizados que alguna vez se sintieron desamparados por la Iglesia, ni a los miembros de otras tradiciones religiosas, filosóficas o culturales, y ni siquiera a los no creyentes. Menos que menos, nos enseñó, se debe excluir a los que nuestro mundo margina, desprecia, humilla y crucifica. 

Con su báculo y su cátedra, que la fragilidad de los años convirtieron en un bastón y en un sillón de ruedas, enseñó que en la debilidad de manifiesta la auténtica fuerza, esa que la mundanidad desprecia, porque adora a otra “trinidad”: el poder que se sirve a sí mismo, el poseer depredador de todo y de todos, y el placer vacío de sentido.

Además de Pastor, fue el líder global que combatió al paradigma tecnocrático hegemónico y el profeta que anunció y denunció a tiempo y a destiempo la crisis civilizatoria socio-ambiental que atraviesa la humanidad. También fue un Padre espiritual para muchos y muchas, a quienes enseñó que Dios es cercano, compasivo y tierno.        

Seguramente no pocos se siguen preguntando sobre su no venida a la Argentina. Tal vez (es una modesta hipótesis), Francisco se haya mirado en el espejo de quien, hasta él, fue “el más grande de los argentinos”: José de San Martín. Cuando dentro de no mucho el mar se interponga entre las cenizas y la patria (como escribiera cierta vez su admirado Jorge Luis Borges), recordaremos que se puede ser “patriota aun fuera de la patria”.  

Los “Atlas de Historia Universal” que me gustaba leer de chico tienen defectos y virtudes que los historiadores conocen mejor que yo. Pero cuando pasen los siglos y la humanidad y la Iglesia sigan su peregrinaje, veremos que en entre el puñado de varones y mujeres que (reductivamente) recogen esos “Atlas” (si es que siguen existiendo), sin dudas allí estará Francisco de Roma.  

No hay mejor forma de valorar y defender su legado que leer y llevar a la práctica su inmenso Magisterio Pontificio, empezando por sus cuatro encíclicas. 

Pero hoy, a la luz del acontecimiento pascual, queremos despedir al “Padre Jorge” de Buenos Aires y del mundo entero, al jesuita porteño que, según imaginara-profetizara Leonardo Castellani en los años 60′, llegaría a Papa. Lo despedimos con aquellas significativas palabras que él mismo utilizó en el saludo final a su predecesor, en quien vio una figura paterna o un hermano mayor: 

“Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: “Padre, en tus manos encomendamos su espíritu”.

Francisco, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”.

-AMDG-

* Imagen Francisco. Fuente: www.osservatoreromano.va

Aníbal Torres
Doctor en Ciencia Política y Profesor universitario
Ver más publiciones
Scroll al inicio