Por estos días, los argentinos estamos sumidos en una profunda congoja dado el reciente fallecimiento de Su Santidad, el Papa Francisco. A los efectos de honrar su memoria, se han publicado diferentes columnas sobre su acción pastoral, legado y pensamiento. Desde esta columna, queremos contribuir con esta tarea alineando su magisterio con la política internacional, en especial, con la posibilidad de recrear el concepto de “tercera posición” ajustado a la crónica contemporánea. Huelga aclarar que no buscamos “partidizar” al Papa sino, por el contrario, auscultar de su obra las premisas epistemológicas para defender el patrimonio de todos, el interés nacional.
Durante la guerra fría, la tercera posición suponía el sostenimiento de una posición nacional autónoma frente al mundo occidental capitalista, también denominado Trilateral (Estados Unidos, Europa y Japón), y frente al mundo del socialismo real hegemonizado por la Unión Soviética. En ese conflicto latente geopolítico e ideológico, surgió como alternativa el Movimiento de Países No Alineados como una red de países que adoptaban, precisamente, una tercera posición de neutralidad y autonomía. Aunque continúa vigente en términos nominales, como organización, las razones, que condujeron a la creación del Movimiento de No Alineados, ya no existen como tales. No obstante, tal como anticipamos, resulta adecuado reflexionar sobre el significado de sostener una tercera posición en estos tiempos que nos toca vivir. ¿Acaso sostener, desde la periferia, una tercera posición significa hoy mantenerse “neutral” ante la “guerra comercial” entre Estados Unidos y China o, bien, existen otras contradicciones de orden global frente a las cuales debemos posicionarnos?
La Carta Encíclica Fratelli Tutti, y en general el magisterio del Papa Francisco, nos pueden brindar algunas ideas para pensar la validez actual de lo que se ha entendido por tercera posición; la cual debería forjarse interviniendo en la contradicción reinante entre globalismo y soberanismo.
Al referirse al poder internacional (FT, 170), como semblanza del globalismo, Francisco señala, que la crisis financiera internacional del 2008, tuvo como saldo estrategias que llevaron al mundo a “más individualismo, a más desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre encuentran la manera de salir indemnes” (Ibíd.). También caracteriza al Siglo XXI como el “escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características trasnacionales, tiene a predominar sobre la política” (FT, 172). Cuestiona, además, al avance global que “nos hace más cercanos pero no más hermanos”, que “debilita la dimensión comunitaria de la existencia”, que “procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes” (FT, 12).
Como respuesta, como contracara de este globalismo, han resurgido “conflictos anacrónicos que se consideraban superados” (…) nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” (FT, 11). Ha cobrado relevancia, en diferentes países, una particular idea de pueblo y nación que, “enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales”, han creado “nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social (Ibíd.). Este soberanismo mal entendido se ha venido mostrando particularmente agresivo con los migrantes levantando muros, blandiendo una “mentalidad xenófoba” (FT, 39) y auspiciando “narcisismos localistas” (FT, 146). Francisco rechaza, de plano, este tipo de nacionalismos en la medida que lejos están de poder reparar las inequidades e injusticias propiciadas desde el orden global. Por el contrario, esta ideología resentida y aislacionista provoca otras injusticias y alejan a los pueblos de la “cultura del encuentro” (FT, 30).
Francisco propone, como síntesis, la fraternidad universal que busca un equilibrio entre lo global – “nos rescata de la mezquindad casera” – y lo local – “nos hace caminar con los pies en la tierra” (FT, 142). Una apertura sana a lo universal, según Francisco, no conspira contra la identidad local puesto que una “cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las novedades “a su modo”” (FT, 149). Con el mestizaje cultural, construyendo puentes, nos enriquecemos todos y “el mundo crece y se llena de nuevas bellezas gracias a nuevas síntesis que se producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición cultural” (Ibíd.). En Evangelii Gaudium, Francisco utiliza la metáfora del poliedro, en contraposición a la esfera, para pensar la integración entre las personas, en las sociedades y también entre los países. “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (EG, 236). Tanto la acción pastoral como la acción política deben guiarse por el modelo del poliedro porque allí entran “los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades” (Ibíd). En suma, el poliedro representa “la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad (Ibíd.)
Las reflexiones de Francisco nos brindan coordenadas para situarnos en el orden internacional y vislumbrar (y ejercer) una tercera posición, atenta a los desafíos actuales que desestime, tanto al globalismo (y sus recetas indiscriminadas) como al soberanismo, (agresivo ante el débil, pusilánime ante los poderosos). Nuestro reclamo soberano por Malvinas también puede cuadrarse en una tercera posición como la que aquí hemos bocetado. En el marco de un nacionalismo de brazos abiertos, de un nacionalismo hispanoamericano – consciente de la geopolítica internacional y de las disputas venideras por las reservas de alimento y energía – la causa Malvinas tiene su lugar reservado. Incluso la metáfora del poliedro propuesta por Francisco, puede servirnos para recrear un modelo de integración con los habitantes de las Islas Malvinas. Pues por más que no sean un tercer actor en la disputa por la soberanía, estamos llamados a congeniar y convivir en conformidad con lo que indica la disposición transitoria primera de nuestra Carta Magna.
Testimonio de una profunda sabiduría, el magisterio del Papa Francisco se nos presenta en toda su plenitud para no olvidar el sentido de trascendencia que define a cualquier comunidad que se precie de tal. Somos muchos los que estamos agradecidos de ser contemporáneos del argentino más grande de la historia. Somos muchos los que rezamos por su descanso eterno.
* Imagen de portada: #FF Factor Francisco. IG: @factor.francisco. Tomada de rebeliondigital.org