“Hay que optar: hacerse hombre de letras o hacer letras para los hombres”
Homero Manzi
Introducción
El siguiente trabajo busca rescatar la obra de Enrique Santos Discépolo como reflejo del sentir popular en dos épocas antagónicas.
El Discépolo compositor de tangos será abordado como espejo del derrotero vivido por las clases populares durante la década del treinta, la conocida “Década infame”, donde convivía una comunidad absurda junto a una miseria planificada.
Sus emisiones radiales “Pienso y digo lo que pienso” realizadas durante el año 1951, previas a las elecciones que le dan el segundo mandato a Perón, serán el reflejo del sentir que acompaña a un gobierno que brindó dignidad y reconocimiento a los sectores populares antes postergados hasta el burdo anonimato y que desea seguir recorriendo aquel camino de prosperidad nacional. Allí estará noche a noche debatiendo Discépolo con su imaginario “Mordisquito”, alter ego del antiperonista ciego de odio y rencor.
Entre la realidad y el arte, media el pulso y la sensibilidad del artista. El trabajo busca reflejar a un Discépolo que siente el dolor ajeno como propio y es la voz de los que ya no tienen fuerzas para clamar por lo suyo en los treinta, así como es expresión de la felicidad que siente el trabajador redimido por las políticas del primer gobierno peronista a partir de 1946.
Discépolo es y será un artista del pueblo. De esta manera, abordaremos el rol del arte en un país subordinado- primero a Europa y luego a los intereses de los Estados Unidos –como un arma contra la dependencia nacional, símbolo de los años treinta; así como la elevación espiritual del individuo y su comunidad (representados en los trabajadores, los niños y el pueblo) a partir de las políticas del peronismo y su redefinición del rol del Estado durante la década siguiente.
Por último, para analizar el primer gobierno peronista haremos una comparación entre lo propuesto en “Las veinte verdades peronistas” – enarboladas por Juan Domingo Perón el 17 de Octubre de 1950- bajo la mirada de Discépolo quien afirmaba que las mismas se lograron cumplir a finales del primer mandato y que augurarían un segundo gobierno lleno de más logros para los trabajadores: “…a mi no me la vas a contar!” (Mordisquito, Discépolo).
Los tangos de Discépolo como reflejo de la comunidad absurda y la miseria planificada
A mediados de la década del veinte emerge el Discépolo que entiende al tango como una opción válida para encarnar en música lo que la sociedad padece a menudo. No solo la Argentina, aquella que recorría el camino de la abundancia para pocos y la injusticia para el resto en una epopeya pastoril (el famoso “granero del mundo”) y que estaba por cambiar irremediablemente; sino que el mundo se encaminaba a un quiebre de un sistema económico, político y de valores que dejaría atrás todo lo entendido hasta el momento. Las cicatrices de la Primera Guerra Mundial estarán a flor de piel y la bolsa de Wall Street en Nueva York vivía la euforia que anticipaba su estrepitosa caída.
Las expectativas de las clases populares van quedando otra vez atrás. La experiencia Yrigoyenista concluye y vuelve a gobernar la clase de los “gentleman de galera” de la mano de Marcelo Torcuato de Alvear (1922 – 1928).
Discépolo, con una precisión de cirujano y el poder de anticipación de un artista que se encuentra comprometido con su época, compone en 1926 el tango “Que vachaché”. Ese mismo que solo puede ser realmente apreciado entendiendo el contexto posterior de “La Argentina de 1931 con intendentes que viven en palacios cobijando proxenetas, con ministros abogados de compañías extranjeras y con miles de muchachos que no se incorporan a la conscripción por su estado físico deplorable”.[1]
Qué vachache!
La atomización de un pueblo desesperanzado por el desencanto de sufrirla siempre, donde la obra de Discépolo y sus “versos encajan perfectamente en la problemática de la crisis y emergen de las sombras para desnudar la corrupción, para rasgar en pedazos el velo con el que los intelectuales tramposos pretenden ocultar la descomposición del régimen oligárquico”.[2]
Estos mismos versos que encontrarían a su interlocutor popular unos años después, como sugiere Norberto Galasso, cuando ese pueblo interpelado se siente irremediablemente representado, los velos de la esperanza se han caído definitivamente. Es “1930, año en el cual la situación denunciada por Discépolo se agudiza configurando un panorama de tragedia colectiva”.[3]
Discépolo transita y transmite en aquel tango lo que muchos sufren en soledad y desesperanza. Allí estará presente desde la necesidad más básica insatisfecha “no puedo más pasarla sin comida”, hasta el análisis sobre la ética perdida en un mundo donde ni la fe ni la acción individual prometen salida alguna.
¿Te crees que al mundo lo vas a arreglar vos?
¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido!
¿Qué querés hacer vos? ¡Hacé el favor!
La desesperanza en un mundo donde cada día es una batalla por llenarse la panza, no importa haciendo qué cosa, en una guerra de pobre contra pobre donde solo reina el poder del dinero; el mismo que siempre hace falta y que le hará decir:
Lo que hace falta es empacar mucha moneda
vender el alma, rifar el corazón,
tirar la poca decencia que te queda
Continuando con la parábola de la angustia de los años treinta y, aludiendo a temas que volverá a retratar en tangos escritos durante esa década (como la moral pérdida o la falta de horizontes), es que dirá:
¿Pero no ves, gilito embanderado,
que la razón la tiene el de más guita?
¿que la honradez la venden al contado
y a la moral la dan por moneditas?
Una de las frases finales del tango: “vale lo mismo Jesús que el ladrón” (Qué vachache, Discépolo, 1926), será retomada por otra obra culmine de Discépolo. En 1934 escribe“Cambalache”, donde expresa que es lo mismo “que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”, resignificando de esta forma toda una época de ética perdida.
Yira, Yira
Apenas iniciada la década del treinta, Discépolo estrena uno de sus tangos más recordados: “Yira yira” será el presente de lo que anticipaba “Que vachaché”.
En esta ocasión, se vuelve a presentar como un artista que puede presentir que la dificultad individual de hoy será la desesperanza social de mañana. Otra vez esas experiencias de mediados de los veinte sirven para esclarecer lo que acontecerá. No será casualidad que “Yira, yira” se estrena el 5 de Setiembre de 1930. Al día siguiente, un golpe de derecha derroca al gobierno popular de Yrigoyen. Se inicia así la Década Infame.[4]
La sensibilidad discepoleana del pasado de penurias no podría esconder la tristeza ante ese presente negro para la mayoría de los humildes que lo rodeaban. Discépolo no podría disfrutar de un momento de fugaz mejoría económica cuando a su alrededor todo era hambre y dolor. En comunidad con el pueblo, “Ahora su desgracia forma parte de toda una desgracia colectiva”.[5]
Sobre el origen de “Yira Yira”, el mismo Discépolo dice que “ese tango nació en la calle, precisamente, me lo inspiraron las calles de Buenos Aires, el hombre de Buenos Aires, la rabia de Buenos Aires…Yo no escribí esa canción con la mano, la padecí con el cuerpo”.[6] Esta canción nació como fruto de una amarga inspiración al ver el sufrimiento colectivo: “grité el dolor de muchos, no porque el dolor de los demás me haga feliz, sino porque de esta manera estoy más cerca de ellos y traduzco ese silencio de angustia que adivino”.[7] Explica el cantautor: “… Allí surgió “Yira, Yira” en medio de las dificultades diarias, del trabajo amargo, de la injusticia, del esfuerzo que no rinde, de la sensación de que se nublan todos los horizontes, de que están cerrados todos los caminos. Pero en aquel momento el tango no salió. No se produce en el medio de un gran dolor sino en el recuerdo de ese gran dolor. Así surge la idea de “Yira, yira”, que habrá de concretar cuatro años más tarde, cuando esa miseria y esa desolación suya del año 27 se conviertan en la miseria y la desolación de todo un pueblo”.[8] Aquella desolación quedará plasmada en la canción:
Cuando la suerte qu´ es grela
fayando y fayando te lague parao;
cuando estés bien en la vía
sin rumbo desesperao…
A pesar de que el infortunio es compartido, Discépolo remarcará el individualismo reinante de la época. Es el sálvese quien pueda, donde la desesperación se transforma en mezquindad:
Cuando rajes los tamangos
buscando ese mango que te haga morfar
la indiferencia del mundo
– que es sordo y es mudo –
recién sentirás.
La lucha por la supervivencia de los más humildes es cruel pero lógica en un mundo donde la distribución y la equidad brillan por su ausencia. Los gobiernos de la “Década infame”, cegados en mantener un modelo económico en decadencia, solo permiten los lujos de un pequeño sector; para el común de la población solo queda resistir en soledad hasta donde se pueda. El reflejo de época y resultado del fin de ciclo, serán expuestos para Galasso cuando “la rosada visión del país opulento granero del mundo estalla en mil pedazos, brotando por todos lados la verdadera imagen de la Argentina subordinada y expoliada”.[9]
Sin dudas, “Yira, Yira es la desolación argentina de 1930”[10] donde “no escapan a la agudeza de Discépolo las contradicciones del mundo capitalista, con su poderoso adelanto técnico y sus fábricas paralizadas, con su sobreproducción generando el hambre, con el progreso científico coexistiendo con la mayor irracionalidad del sistema económico”.[11]
Aquellas contradicciones donde el hombre de pueblo sufre en comunidad pero permanece aislado, generan una frustración tan grande que tapa toda posibilidad de un remedio colectivo. Desde esa perspectiva de irremediable soledad, Discépolo sentenciaría:
Aunque te quiebre la vida,
aunque te muerda un dolor,
no esperes nunca una ayuda,
ni una mano, ni un favor.
La actividad febril artística de Discépolo continuará al compás de la caída de la Argentina oligárquica y agraria. En 1931 presenta “¿Qué sapa, señor?” donde “una vez más […] se compenetra notablemente con el sentir y el pensar del hombre de la calle”.[12]
En su letra volverán a estar presentes el desencanto por un tiempo de desilusiones y perplejidades, donde frases como: “la tierra esta maldita y el amor con gripe en cama”, seguirán representando un sentir popular de fuerte agotamiento. Además, muestra aquella condena de antemano que tendrían las nuevas generaciones:
¡Qué “sapa” señor, que todo es demencia
los chicos ya nacen por correspondencia!
y asoman del sobre sabiendo afanar…
Cambalache
El año 1934 Discépolo completa la “radiografía social que son sus tangos”[13] con la publicación de “Cambalache”. Este mismo, en palabras de Galasso, “sintetiza el panorama social de la Argentina y del mundo en se sombrío año 35. Sus versos se constituyen en agudo testimonio de la descomposición del régimen oligárquico en nuestro país, a la par que significan una descarnada acusación al mundo por su corrupción y decadencia”.[14]
Allí con el tono desgarrado de quien ya no espera nada, “Discépolo, con su aguda sensibilidad, se convierte en portavoz del argentino anónimo que contempla desorientado el derrumbe de todos los valores”[15]. La desorientación colectiva estará presente cuando exprese:
Pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue
vivimos revolcados en un merengue
y en el mismo lodo, todos manoseados
El retrato de la decadencia y desesperanza de un pueblo es radiografiado por la sensibilidad del artista que brinda un juicio ético del momento incomparable. Sus versos dejaran entrever que el esfuerzo individual no podrá enfrentarse al mutismo colectivo
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
Ignorante, sabio o chorro, pretensioso o estafador
Todo es igual, nada es mejor
Lo mismo un burro que un gran profesor
De esta manera, transcurrirá la mitad de aquella “Década infame”, donde Discépolo continuará siendo un testigo fiel de la frustración de un pueblo al que acompaña como su mayor biógrafo.
En 1936 volverá a la carga con “Desencanto”, donde “nos da en estos versos un nuevo testimonio de la frustración argentina”.[16] Allí sus palabras: “Que desencanto tan hondo, que desencanto brutal”, continúan siendo expresión de una “desilusión que experimentan millones de seres atrapados por una época sombría”[17], Logra “aprehender esa emoción porque su propia vida resume la derrota del hombre abatido por una sociedad injusta”.[18]
Así, entre verso y verso desconsolado, se irá acabando aquella década de fuertes frustraciones sociales. La sensibilidad de Discépolo, fundida en alma y cuerpo con un pueblo sufriente, deberá esperar unos años para cambiar la óptica del desencanto.
Pienso y digo lo que pienso: Un mensaje de esperanza al pueblo trabajador que acompaña la revolución nacional peronista
“A mí no me duele que vos tengas más; me duele que los demás no tengan nada.” (Discépolo)
Han pasado más de 10 años de aquel “Cambalache” nacional. Corren otros aires en el país y la clase trabajadora lo sabe, lo siente y lo disfruta. Son los tiempos del primer gobierno peronista, aquel que formuló su doctrina en Veinte verdades que buscan simplificar, en pequeñas pero certeras oraciones, una línea de pensamiento que fue a romper con todo esquema, político, social y económico conocido hasta el momento en nuestro país.
Partiendo de algunas de esas verdades es que se puede ordenar lo expresado por Discépolo a lo largo de su ciclo radial conocido como “Pienso y digo lo que pienso”. Su eterna lucha con “Mordisquito” aquel “gorila” convencido pero tal vez recuperable, pone a Discépolo en otra sintonía emocional y mental: ya no será el desencanto su motor ni la desolación su musa inspiradora. Han pasado años, han llegado conquistas sociales y Discépolo lo sabe, lo entiende, porque nunca dejo de estar cerca del pueblo.
Mordisquito
El año 1951, no es un año cualquiera. El artista debe actuar, debe poner el cuerpo y salir a hablar por los suyos, que es lo que mejor le sale. La segunda presidencia de Perón está en juego y las conquistas obtenidas son puestas en tela de juicio por una prensa opositora que no deja calumnia ni artimaña de lado para vencer al supuesto “tirano”.
En este contexto concurrirá Discépolo al encuentro de Raúl Apold, Subsecretario de Prensa y difusión de la Nación Argentina. Lo que comenzó siendo un pedido de apoyo, algo impersonal y con poco vuelo creativo, se convirtió en un proyecto propio, con una pasión desmedida al tomar las riendas de las emisiones. Allí volverá a ser el Discépolo que recorre las calles junto al pueblo, que siente sus pérdidas y comparte sus logros, que enarbola sus banderas y vitorea sus conquistas. Otra vez, y a lo largo de 39 emisiones, Discépolo y pueblo vuelven a ser uno.
La Década Infame, un recuerdo doloroso
Aquel periodo de intenso dolor popular volverá a ser evocado por Discépolo desde una perspectiva distinta. La desesperanza de ayer se transforma en el reconocimiento de que las cosas cambiaron. El artista lucido sabrá que la bonanza no se instala por arte de magia, que hay que sostenerlo con labor cívica y el pueblo en las calles. Por esta razón, en su diálogo lúdico con Mordisquito le recordará y reclamará que “antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez, y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca, vos te conformabas con una vida de araña”[19] y que “cuando las colas se formaban no para tomar un ómnibus o comprar un pollo o depositar en la caja de ahorro, como ahora, sino para pedir angustiosamente un pedazo de carne en aquella vergonzante olla popular, o un empleo en una agencia de colocaciones que nunca lo daba, entonces vos veías pasar el desfile de los desesperados y no se te movía un pelo”.[20]
De esta manera, reflexiona sobre el panorama previo donde sus tangos describían un malestar que quedó grabado a fuego en el imaginario popular, aquel donde “el pordiosero era una realidad en serie, como los automóviles”[21]. El reconocimiento del cambio es partir de alguien que tiene memoria porque tuvo experiencia de vida en esos ambientes desolados y es por eso que puede reconocer que las cosas son distintas ahora: “yo me meto en el barrio, corazón adentro, y, después de recorrerlo, te pregunto: ¿está el conventillo? ¡Y no, no está, claro que no está! ¿Me entendés ahora? Yo no quería encontrar más el conventillo, y no lo encuentro. Toda aquella miseria organizada fue barrida por otra organización. ¡La del amor!”[22]. Sera la suya una reflexión del artista sensible con su época que reconocerá que “el suburbio de antes era lindo para leerlo, pero no para vivirlo”[23], denotando que “todos preferimos la comodidad, y acaso, en el momento de la letra de tango, hablemos literariamente del catre; pero llega el momento del descanso y cerramos el catre y dormimos en la cama, ¡no me digas que no!”.[24]
Ese pasado de deshonra es el que Discépolo adjudicará a una supuesta desmemoria del gorila porteño representado en “Mordisquito” donde “durante años y años los inquilinos del suburbio vivieron aquella comunidad absurda. La humillante comunidad del conventillo. Una oxidada sinfonía de latas. Toda una intimidad doméstica al aire, un verdadero festival para la profilaxis, ¡un mundo donde el tacho era un trofeo y la rata un animal doméstico! ¿Vos no te acordás? Yo sí me acuerdo”.[25]
La falta de experiencia en la pobreza no debería anular la posibilidad de la empatía, pero eso es algo que tampoco parece abundar en el interlocutor sugerido por el imaginario discepoleano donde se dice que “vos sólo conocías al barrio de los tangos, cuando los tocaba una orquesta vestida de smoking”.[26]
Los símbolos de la humillación de los treinta referidos por Discépolo también alcanzarían el ámbito laboral, porque sería imposible mantener a los trabajadores en condiciones indignas de vivienda sin que se vean obligados a relaciones laborales igualmente deshonrosas. Dicha época será recordada por Discépolo con el mismo sentimiento de sus tangos, donde lo que abundaba era solamente “el ingenio puesto por el hombre para explotar al hombre”[27], donde todo “era el tratamiento miserable, el salario miserable, era sencillamente el hambre, y con el hambre, las enfermedades”.[28]
El hundimiento moral del pueblo se completaba con la farsa electoral impuesta por una década de elecciones compradas. De esa época de desfalco cívico, Discépolo dirá que “Las viejas plataformas políticas, las plataformas previas a las elecciones, donde el fraude era una costumbre social, estaban cargadas de promesas, ¡se hundían con el peso de las promesas!, y cuando llegaba el momento del poder, aquellos que habían prometido se encogían de hombros, le daban la espalda al pueblo”[29]. Este ejercicio del poder solo podía estar sostenido en la dependencia de los capitales extranjeros: “las columnas donde se apoyaba la indignidad”.[30]
Las veinte verdades peronistas según la visión de Discépolo
“Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen” (Perón)
Para 1951, la visión de Discépolo registra que se está viviendo un mundo nuevo, donde el espejo de la realidad social refleja una época de conquistas para los más humildes. Su rol de artista sensible con el dolor de sus compatriotas, que no es otro que el suyo, le recuerda que “siempre tuvimos que presenciar el espectáculo injusto de una minoría que progresaba a expensas del estancamiento o el hundimiento de los demás. Hoy la fiesta es de todos”.[31]
El beneficio colectivo del que habla Discépolo tiene un sustento ideológico y teórico, una doctrina donde el pueblo, los trabajadores, los niños y el rol del Estado, entre otras variables, son analizados y contextualizados por el ideario peronista en la búsqueda de una “Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. (Verdad peronista, nº18)
Una forma práctica de analizar los resultados de los primeros años del mandato de Perón es contrastar algunas de “Las veinte verdades peronistas”, enunciadas por el líder justicialista el 17 de octubre de 1950 con los logros sociales, políticos y económicos obtenidos por dicho gobierno hasta ese momento. Esto mismo hará Discépolo cuando se disponga a arremeter contra su “Mordisquito” imaginario, aquel rival antiperonista al que someterá a 39 rounds de combate con extrema fiereza y en nombre de un pueblo al que siempre supo representar.
Las veinte verdades y la sabiduría del pueblo según la visión de Discépolo
En aquellas verdades el movimiento emergente se define como “esencialmente popular” (Verdad peronista, nº 2), cuya filosofía de vida es “simple y práctica” (Verdad peronista, nº 14), logrando un “equilibrio del derecho del ciudadano con el de la comunidad” (Verdad peronista, nº 15) al determinar que “ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser” (Verdad peronista, nº7).
La importancia del sujeto pueblo es fundamental entonces, tanto es así que “Las veinte verdades” concluirán afirmando que “en esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo” (verdad peronista número20).
Discépolo será otra vez voz autorizada del pueblo reflejando un sentir popular que se niega a volver a las condiciones previas a la revolución justicialista. Será la encarnación de quienes se vieron acogidos en una comunidad organizada que los escucho y les devolvió la dignidad perdida. Es por este motivo que será el pueblo activo el que impondrá al artista la obligación de ponerle palabras al sentimiento reinante porque “el pueblo necesita agradecer lo que se ha hecho y necesita exigir que la obra siga, que los protagonistas sigan, y que sigan creciendo y alzándose los infinitos motivos para la gratitud. Obreros, estudiantes, campesinos, ¡mujeres y niños!”.[32]Agradecer y exigir, deberes y obligaciones de ciudadanos satisfechos con su vida en aquella sociedad en desarrollo equilibrado.
Para acentuar su argumentación, Discépolo apelará a la masa movilizada, como un aspecto positivo, algo muy diferente a los famosos “aluviones zoológicos”[33] con los que diferentes opositores al peronismo intentaron desacreditar al movimiento emergente.
Porque los que vendrán en apoyo del gobierno tendrán la fuerza de ser muchos, multitudes que antes se sentían ahogados por la sofocación diario del trabajo perdido o la olla vacía y que al saber que hay otra realidad, se juntan y se movilizan, muchas veces con la espontaneidad que tienen esos hechos perdurables en la historia, como aquel 17 de octubre de 1945. Por eso Discépolo dirá con énfasis: “¡Te hablé de millones, y fueron millones! Te anuncié que un pueblo se movía cantando bajo las banderas, y estuvo el pueblo, estuvo, como te lo dije, de pie para pedir lo que quería y lo que necesitaba, y lo ha conseguido, y vuelve a ser feliz”.[34] Ante las promesas cumplidas, son “los que no vienen a buscar una esperanza sino a mantener una realidad”[35] porque entienden que “se ha dado dignidad a la gente. Todo el que trabaja es considerado dignamente. Y el que ya no puede trabajar se ha ganado una protección digna”.[36]
Será la sabiduría popular la que rescatará Discépolo en este movimiento de apoyo al gobierno que busca su segundo mandato, al destacar que cuando es un sentir colectivo es más real y digno “porque puedo equivocarme yo, vos… podemos equivocarnos cien, ¡pero no pueden equivocarse millones! Y no son millones que están a la espera de promesas […] son millones que han recibido ya una vida nueva, ¿me entendés?, y quieren que esa vida siga”.[37]
Las veinte verdades y el trabajador redimido según la visión de Discépolo
Sin dudas, el peronismo invoca al sujeto trabajador como sostén de su doctrina y acción política concreta. Dentro de “Las veinte verdades” antes citadas se destacará que “no existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan” (Verdad peronista, nº 4) destacando que “en la Nueva Argentina el trabajo es un derecho, y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume” (Verdad peronista, nº 5).
La dignidad del trabajador será un golpe de knock out dado por Discépolo en su combate contra Mordisquito. La combinación de golpes utilizados serán mortales contra toda lógica “gorila” sobre este aspecto, teniendo a su disposición tanto las mejoras del peón de campo, contemplado en el “Estatuto del peón rural” sancionado en 1944 cuando Perón estaba al frente de la Secretaria de Trabajo y Previsión, como también los cambios palpables en los trabajadores de las zonas urbanas.
Sobre los primeros, Discépolo referirá en su contienda contra Mordisquito su falta de conocimiento del país profundo donde le atribuía a la mezquindad porteña que “la geografía de tus sentimientos terminaba en la avenida General Paz”.[38]
A partir de este hecho, le dará una pequeña clase de historia donde rememorará la época de conformación de la propiedad privada en territorio nacional donde la inequidad y el privilegio desmedido provocó y continuaba provocando que “el país estaba repartido en las manos de cien familias”.[39] Esas tierras fértiles repartidas en pocas manos muertas eran la caída en desgracia para el hombre de campo, porque al menos “la subdivisión y el arrendamiento de los latifundios hubieran traído, desde luego, una abundancia de trabajo, pero a los explotadores de la peonada les convenía que el trabajo fuera escaso y ambicionado para así pagar sueldos infames a los desesperados”.[40]
Discépolo le reclamará a su Mordisquito que revise su conocimiento deslucido sobre la vida en el campo, donde “para vos el resero o el peón o el chacarero eran pintorescos personajes sin problemas sociales”[41], aquella que puede haber obtenido de una lectura escolar de “Don Segundo Sombra” de Ricardo Guiraldes. Le advierte que abra los ojos a la realidad donde “el hombre explotaba al hombre porque más allá de los centavos del jornal cruelmente ganado ¡no había nada!”[42], donde no había legislación ni Estado que los proteja, ni en el campo ni la ciudad, donde “durante largos años el obrero vegetó en la miseria, el vapuleo y el anonimato”.[43]
De las miserias pasadas, es que Discépolo le reclamará a su interlocutor que perciba un nuevo mundo donde si uno iba a un restaurant “¡ya ves cómo están las cosas!: al mismo tiempo viven alegremente el que va a tomar la sopa y el que te la sirve”[44], en referencia al nuevo 22% adicional en el pago que se repartía entre los empleados que atendían el local. Sobre esto último, le dejará una mordaz pregunta, que no dejará de pinchar el alma de su oponente gorila a punto de hacerlo caer rendido sobre la lona del ring que era esa nueva realidad: “¿Te molesta el 22% o te molesta el hecho de que al público no le moleste ese adicional y penetre en los restaurantes el arroyo interminable de los que ahora pueden comer ventajosamente donde se les ocurra?”.[45]
Las veinte verdades y los niños según Discépolo
La famosa frase “en la nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños” (Verdad peronista, nº 12) tiene su origen en “Las veinte verdades peronistas” y su sustento en la infatigable tarea realizada por Eva Perón desde su fundación creada en 1948, en reemplazo de las vetustas reuniones de señoras bien, legado de épocas rivadavianas.
Discépolo volverá a recordarle a “Mordisquito” que su origen privilegiado, “porque vos naciste, no a la orilla del arrabal ofendido por el conventillo y atravesado por la zanja; no allá lejos, en el dolor de una provincia olvidada o de un territorio maltrecho, sino que naciste en el barrio cómodo, dentro de una familia confortable, a una cuadra del colegio. ¡Todo servido para vos!”[46], le hace suponer “que todas las infancias fueron como la tuya”.[47]
Pero volverá a la arremetida con un cachetazo de realidad cuando le advierta que “vos no conociste el drama de los changos descalzos que llegaban en burro a la escuelita, una escuelita de barro y de arañas y que no quedaba, como la tuya, a los pies de la cama, sino a una legua, a dos, a diez, ¡tan lejos de la casa y tan cerca del hambre!”.[48]
Discépolo remarcará la función de la educación como equilibrio de posibilidades y la necesidad de un Estado presente que se ocupe de las infancias, donde “es digna la criatura que todavía no trabaja, porque algún día ocupará su lugar de combate en la conquista del progreso común”.[49] Pero mientras son niños, deben desarrollarse y cultivarse, manteniéndose lejos de los malos ejemplos que daba el vagar por las calles sin rumbo de otras épocas. Es por esta infancia “para quienes se viene construyendo una escuela por día, para quienes se han organizado campeonatos deportivos y ahora no tienen que escabullirle el cuerpo al varita (vigilante) porque hasta en las canchas de fútbol tienen su lugar de privilegio”.[50]
Con la sensibilidad del artista que vio mucha infancia perdida en el bochorno de las décadas del privilegio para pocos, festeja la igualdad de posibilidades que brinda una política social y educativa que asegura primero la panza llena de los niños. Dirá que “leche hay, leche sobra; tus hijos que alguna vez miraban la nata por turno ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta”[51]. También estalla de alegría al anunciar que “¡cada día una escuela nueva!”[52] donde “es el río de los colegios que avanza buscando todas las esquinas de la patria, los colegios que buscan al chango o al gurí o al pibe y le salen al paso con un redoble de pupitres barnizados”[53].
La escuela llegó para abrazar a cada uno de los niños de su patria y darles la posibilidad de forjarse un futuro. Ante esta posibilidad de igualdad es que Discépolo le pedida a su “Mordisquito” que, “ahora que todos los niños argentinos pueden vivir los años venturosos que viviste vos”[54], reflexione sobre el valor de un Estado forjado al calor de la igualdad de cada uno de sus habitantes ya que “de los pebetes tristes nacen los hombres resentidos, pero una infancia sana y respetada prepara los resortes de la vida esperanzada”.[55]
Discépolo tendrá también unas palabras de especial cariño para aquellos niños que se crían en soledad al tun tun de la orfandad. Aquellos que cuando “se abrían las puertas de eso que antes se llamaba asilo y hoy se llama hogar”[56] parecían “un tren de presidiarios diminutos”[57]; donde recuerda que “eran… qué sé yo, animalitos grises en fila. Y los hacían caminar con tanta indiferencia por las calles de este Buenos Aires, que ese desfile parecía un castigo, y esa orfandad, una culpa”.[58]
Es a partir de la acción de un Estado reparador de infancias perdidas que “ahora los pibes del hogar […] se mezclan con tus hijos en las escuelas del barrio —si son como tus hijos, ¿por qué no iban a mezclarse? — y con ellos juegan, estudian, chillan, sueñan y se agarran a trompadas honrada y alegremente!”[59]. Un Estado presente y atento provoca que “esos chiquilines que están salvándose porque ya no los visten de gris ni por fuera ni por dentro”[60] , tengan un futuro de prosperidad dentro de una patria que los necesita para seguir creciendo hasta convertirse en un país para todos.
Las veinte verdades y el rol del Estado según Discépolo
En Las veinte verdades se afirmará que en una verdadera democracia “el gobierno defiende solo un interés: el del pueblo” (verdad peronista número 1) y que el ejercicio de la política es un medio para asegurar “la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional” (Verdad peronista, nº 9). Para lograr dichos objetivos junto al de la “unidad nacional” (Verdad peronista, nº 11) el peronismo tiene dos brazos: “la justicia social y la ayuda social” (Verdad peronista, nº 10) que junto a una “economía social” […] están al servicio del bienestar social” (Verdad peronista, nº 16) y la conformación de un “pueblo libre” (Verdad peronista, nº 19).
Discépolo armará su disertación en este aspecto tomando dos ejes: el de la justicia social y el de la soberanía. Sobre el primer aspecto nombrado, dirá que la acción de gobierno, aquella que pretende organizar una comunidad en pos de un beneficio en común, no ha provocado “una tormenta de clases, sino que ha desatado a un montón de clases que vivían en la tormenta, sin paraguas, sin comida, sin más sueños que los que dan el cansancio y la miseria”.[61] El miedo al caos, a una supuesta anarquía social de tantos “Mordisquitos”, que no sería otra cosa que empezar a igualar derechos, será expresada por Discépolo de la siguiente manera: “a mí no me duele que vos tengas más; me duele que los demás no tengan nada”.[62] El problema para poder comprenderlo sería entonces “la negligencia del que vive bien y está muy lejos de los que mueren mal”[63], esa misma que no permite pensar en “en el drama sin belleza de los enfermos en serio, a quienes no se les sienta un médico a la cabecera de la cama, sino la muerte a los pies del catre”.[64] De esta manera, Discépolo, confiado y resuelto en encontrar la empatía oculta en cada uno de sus compatriotas, dejará la puerta abierta para sumarse “una revolución como la presente, con la que se le ha dado tanta felicidad a un pueblo con tan poco dolor”.[65]
El otro aspecto que resaltará Discépolo será el de la soberanía. El autor, memorioso de la entrega nacional de los años treinta (donde funcionarios argentinos se jactaban de decir ante las autoridades británicas que éramos, desde un punto de vista económico parte de aquel imperio y hasta “una de las joyas más preciada de su graciosa majestad”), rememorará “cuando éramos la factoría de aquellos patronos coloniales, ahora por suerte suprimidos”[66]. Otra vez apelará infatigablemente a la memoria y al buen juicio de su opositor dialéctico: “tenías una patria como una rosa, pero esa rosa no perfumaba tu vida, sino que se estaba deshojando en el ojal de los otros”[67], esa patria subdividida que “te hacía dormir a vos, el dueño de tu lana, en un colchón de estopa o en la tierra”.[68]
Es por eso que le solicita un poco de coherencia interna, ya que con las políticas de un nuevo gobierno protector de lo nacional es que te “encontraste con que te hacían el regalo de una patria nueva, y entonces, en vez de dar las gracias por el sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa en la manga y que vos no lo querías derecho sino cruzado. ¡Pero con el sobretodo te quedaste![69]
Memoria, reflexión y coherencia es lo que solicita Discépolo, quien imbatible rememora “cuando esta patria ahora redimida no era nada más que un inmenso loteo y un pretexto para la bandera de remate”[70], ese “país que estaba tirado como un trapo y que ahora flamea sin la mancha y sin el remiendo, limpio otra vez, recobrado y reconstruido”.[71]
Discépolo concluirá sus pensamientos en este aspecto seguro de su victoria sobre la negación ciega y sorda de quien no quiere ver el progreso porque no puede admitir su fuente de origen. Es así que le brindará un descanso a la conciencia “gorila”, un mimo de un padre hacia un hijo lleno de berrinches pero que pronto crecerá y deberá madurar. Será como ponerle una mano en el hombro y mirar con ternura al terco constante mientras se lo consuela diciendo: “hoy podés quedarte tranquilo y dejar que tu tierra transpire el milagro de su abundancia sin límites”.[72]
Conclusión
Entre la realidad y el arte media el pulso y la sensibilidad del artista. Discépolo como autor e intérprete de su época siente el dolor ajeno como propio y es la voz de los que ya no tienen fuerzas para clamar por lo suyo en los treinta, así como es expresión de la felicidad que siente el pueblo redimido por las políticas del primer gobierno peronista a partir de 1946.
Discépolo es y será un artista del pueblo. Es por este motivo que tiene como labor ineludible asumir el rol del arte como dispensario de soberanía contra la corriente de un país subordinado, primero a Europa, y luego a los intereses de los Estados Unidos, moneda corriente de aquella “Década infame”.
El arte comprometido y consciente de Discépolo acompañará también la acción emprendida por la revolución justicialista donde la elevación espiritual del individuo y su comunidad, representados en los trabajadores, los niños y el pueblo, redefinirían el rol de un Estado presente y activo en la búsqueda de una justicia social que incluyera a cada uno de sus habitantes y que haga de la soberanía un asunto de todos.
El año 1951 no fue un año cualquiera. Fue el año donde se debió actuar, donde el artista debió poner el cuerpo y salir a hablar por los suyos, que es lo que mejor le salía. La segunda presidencia de Perón estaba en juego y las conquistas obtenidas eran puestas en tela de juicio. Allí, estaba presente Discépolo con todo su ingenio y sabiduría para poner en palabras lo que se sentía en las calles, en las fábricas, en los barrios humildes que se sintieron abrazados por una nueva forma de hacer política que los incluía y que contaba con cada uno de ellos para hacer una patria más justa y soberana.
“Pienso y digo lo que pienso”, fue el testamento político de Discépolo, quien partió poco después de ver a Perón alcanzar su segunda presidencia. En esas emisiones volvió ser el Discépolo que recorría las calles junto al pueblo, quien sentía sus pérdidas y compartía sus logros, quien enarbola sus banderas y vitorea sus conquistas; otra vez, y a lo largo de 39 emisiones. Discépolo y pueblo, vuelven a ser uno.
* Imagen de portada. Enrique Santos Discépolo. Fuente: wikipedia.org
[1] Galasso, N, Enrique Santos Discépolo y su época, Editorial Colihue, 2023, Buenos Aires, pág. 86
[3] Ídem, pág. 62
[4] Ídem, pág. 80
[5] Ídem, pág. 78
[6] Ídem, pág. 80
[7] Ídem, pág. 82
[8] Ídem, pág. 62
[9] Ídem, pág. 78
[10] Ídem, pág. 81
[11] Ídem, pág. 92
[12] Ídem, pág. 93
[13] Ídem, pág. 113
[14] Ídem, pág. 116
[15] Ídem, pág. 118
[16] Ídem, pág. 140
[17] Ibidem
[18] Ídem, pág. 141
[19] Santos Discépolo, Enrique, Mordisquito ¡A mí no me la vas a contar!, Ediciones realidad política, 1986, Buenos Aires, pág. 22
[20] Ibidem
[21] Ídem, pág. 30
[22] Ídem, pág.55
[23] Ídem, pág. 56
[24] Ibidem
[25] Ibidem
[26] Ídem, pág. 57
[27] Ídem, pág. 84
[28] Ibidem
[29] Ídem, pág. 136
[30] Ídem, pág. 137
[31] Ídem, pág. 65
[32] Ídem, pág. 124
[33] Frase del diputado radical Sanmartino al referirse a sus colegas peronistas recién llegados a la Cámara baja en junio de 1947
[34] Ídem, pág. 139
[35] Ídem, pág. 124
[36] Ídem, pág. 26
[37] Ídem, pág. 140
[38] Ídem, pág. 67
[39] Ídem, pág. 131
[40] Ídem, pág. 132
[41] Ídem, pág. 133
[42] Ídem, pág. 132
[43] Ídem, pág. 108
[44] Ídem, pág. 72
[45] Íbidem
[46] Ídem, pág. 119
[47] Íbidem
[48] Íbidem
[49] Ídem, pág. 26
[50] Ídem, pág. 50
[51] Ídem, pág. 21
[52] Ídem, pág. 120
[53] Ídem, pág. 121
[54] Ídem, pág. 120
[55] Ídem, pág. 77
[56] Ídem, pág. 75
[57] Ídem, pág. 76
[58] Íbidem
[59] Íbidem
[60] Ídem, pág. 77
[61] Ídem, pág. 88
[62] Íbidem
[63] Ídem, pág. 105
[64] Ídem, pág. 104
[65] Ídem, pág. 161
[66] Ídem, pág. 91
[67] Ídem, pág. 41
[68] Ídem, pág. 43
[69] Ídem, pág. 21
[70] Ídem, pág. 111
[71] Ídem, pág. 125
[72] Ídem, pág. 92