Raúl Scalabrini Ortiz o la rotundidad de una afirmación patriótica. A 66 años de su muerte (30/5/1959-30/5/2025)

Eduardo Nocera

Europa jamás buscó en América el establecimiento de una filialidad. Fue hostil y casi cruel con lo autóctono, primero; con lo asimilado, después. Europa sólo quiso extraer oro, al principio. Minerales, más tarde. Materia prima y alimentos, ahora. De fuerza y compulsión se valió antes. De habilidad y astucia financiera, actualmente. De todos modos, fue de provecho la finalidad. Por eso el estudio del factor económico es fundamental en las relaciones de Europa y América.

Raúl Scalabrini Ortiz, “La nueva significación de América”, en Señales, Buenos Aires,

5 de junio de 1935, pág. 7 (Giménez, 2013).

  1. Introducción

En este documento seexamina la construcción de un pensamiento propio como alternativa al pensamiento económico heredado del “colonialismo cultural” de las metrópolis (Argumedo, 2004), determinado por las lecturas de Adam Smith, “ideólogo de la burguesía inglesa e inventor de la división internacional del trabajo” (Spilimbergo, 1974), y David Ricardo (Smith, 1958; Ricardo, 2010); Marx y el marxismo en América Hispana (Löwy, 2017; Massardo, 2010); la visión neoclásica y la rebelión keynesiana (Roncaglia, 2006; Keynes, 2003), ideologías en boga en el Río de la Plata tras la llamada “ruptura colonial” (Crovetto & Zeolla, 2018). Tal abordaje lo haremos a través de uno de sus exponentes: Raúl Scalabrini Ortiz, quien viene a sostener fundamentos con intensidad en términos de asir la problemática nacional y no evitar el conflicto con actores poderosos, ya sean locales o extranjeros, sumando análisis y propuestas de despliegues de nuestras capacidades.

Fallecido hace 66 años, en su obra escrita Scalabrini desarrolló una visión crítica de la realidad nacional y cuestionó su mala comprensión, determinada por una visión eurocéntrica y dependiente, que tendía a subestimar o ignorar las características de la Argentina (Scalabrini Ortíz, 2001).

A efectos de no excedernos abordamos, en líneas esenciales, ciertos aspectos de sus textos paradigmáticos en examen celebratorio motivados por la efeméride, tratando de advertir aquellos ejes que develan hasta el día de hoy nuestra dependencia y desindustrialización a partir de la visión conjunta scalibriniana de los principales problemas económico-sociales de la Argentina de los años 30, década en la que, para J.J. Hernández Arregui, nace “la conciencia histórica de los argentinos” (Hernández Arregui, 2004), y de los años 40, periodo crucial en nuestra historia marcado por el gobierno de Juan Perón y la emergencia de nuevas corrientes de pensamiento, a sabiendas de que, en rigor de verdad, escudriñaremos, a través de sus trabajos, “la opresión imperialista, con su reverso, la lucha por la liberación nacional” (Hernández Arregui, 2004).

  1. Raúl Scalabrini Ortiz: peripecias, razones y esfuerzos nacionales de un escritor y pensador por la autonomía económica argentina

Raúl Scalabrini Ortiz nació en Corrientes, el 14 de febrero de 1898. Era hijo del naturalista italiano Pedro Scalabrini, y de Ernestina Ortiz, entrerriana proveniente de “una familia de arraigo, descendiente de conquistadores españoles” (Galasso, 2008a, pág. 15). ​ Llegado a Buenos Aires para estudiar Ingeniería en la Facultad de Ciencias Exactas (UBA), no tardó en acercarse al círculo de intelectuales que se reunían en la casa de Macedonio Fernández; con ese núcleo de escritores comenzó a frecuentar la noche porteña donde será testigo de la decadencia del mundillo de celebridades fabricado por los grandes poderes dominantes, en tanto la revolución rusa lo acercaba a hombres como Marx y Engels, Lenin y Plejanov. Ese materialismo dejó grabada en Scalabrini la importancia que las estructuras económicas tienen en los procesos históricos (Galasso, 2008a, pág. 117), hasta inclusive movilizarlo a participar en la formación de un grupo universitario de izquierda denominado “Insurrexit”, la primera agrupación del Partido Comunista Argentino [PCA], en 1919 (Galasso, 2008a, pág. 31). En trance al develamiento de que los intelectuales vernáculos que admiraba acaso repetían esquemas foráneos de interpretación de nuestra realidad social, contando para tales fines con la propaganda oficial como garantía de difusión y la oferta de cargos a modo de prebendas, partirá a Europa en búsqueda de alguna clave para comprender mejor su comunidad y su tiempo:

El tan soñado viaje a París fue la muerte de una ilusión (…) Yo llevaba una estima reverente. Conjeturaba que los europeos eran, con relación a sus obras, lo mismo que nosotros en relación a las nuestras: infinitamente superiores a sus realizaciones. Me equivoqué. Di con técnicos. Técnicos de saborear, técnicos de la escritura, técnicos del querer (…) El labriego es el mejor labriego (…) Pero no sentí en ellos ese afán de determinar inhallables solicitudes que había sentido palpitar en la entraña joven de mi tierra (…) En Europa, se produjo el mágico trueque de escalafones; comprendí que nosotros éramos más fértiles y posibles, porque estábamos más cerca de lo elemental” [el subrayado es mío][1].

Pese a su optimismo explícito, al que se le aproxima, en efecto, la noche, Scalabrini, contrariado, se obligó a romper con la alienación que sufrían los intelectuales de la época. Aquella disputa interna tuvo un espesor crucial por el grado de formación que Scalabrini tenía y que le permitirá discrepar de las posturas en boga. En 1927 escribirá:

Nuestra mayor tristeza proviene de no saber quiénes somos. Hablamos en castellano, pensamos en inglés, gustamos en francés, amamos en ruso, nos apasionamos en italiano (…) vivimos de prestado abrumados por los preceptos de estéticas y éticas lejanas. Recién hemos dado en saber que la primavera nos llega en septiembre y no en abril.[2]

Resulta de esos años pacientes su análisis sobre el impacto del capital nacional invertido por el Estado argentino en la empresa YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) y en el Ferrocarril del Oeste. Ve cómo en la primera ese mismo capital va creciendo a partir de la riqueza obtenida con el petróleo y el trabajo argentino. Con la Refinería La Plata, el Estado logró producir las naftas necesarias para el mercado interno y enfrentó a los trust petroleros, consiguiendo la baja del precio de las naftas. Llegará a idéntica conclusión con el ferrocarril, creado por una iniciativa mixta (del Estado y capitalistas privados porteños), en 1857. Con el correr de los años, el Estado se hace cargo de la mayor parte de los capitales invertidos, hasta que el Oeste queda a favor del Estado, llegando a ser el mejor tren argentino. La formación generaba un costo testigo de los gastos que acarreaba la construcción de cualquier ramal por ser el más barato en comparación a todos los ferrocarriles construidos y manejados por compañías inglesas. Hasta que se inicia una campaña de prensa en contra de su administración: el ferrocarril pasará al poder de capitales británicos, y esos rieles serán para Scalabrini “una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República” (Scalabrini Ortiz, 1946).

En 1930 ingresa como redactor a La Nación, diario de carácter oficialista, renunciando rápidamente para dedicarse al estudio de los intereses generales de la Argentina, sospechando que hay una mezcla de desconocimiento, de mala fe y de distorsión en la óptica de sus colegas, instancias de falsificación que se están planteando, enmascarando que no se pretende arañar la verdad histórica. Subrayará Hernández Arregui: “Esta política imperialista en los países coloniales, se vale de las ganancias residuales del sistema para plegar a su órbita (…) a determinados sectores de la clase media, especialmente la pequeña burguesa comercial e intelectual (periodistas, profesores, etc.) (2004).

En su conferencia Los ferrocarriles, factor primordial del desarrollo nacional, Scalabrini comprende que hay dos líneas que nacen de Mayo: la independentista y la de subordinación a Inglaterra, es decir “el librecambista portuario, y el proyecto nacional” (Hernández Arregui, 2004). La primera línea se inaugura con Moreno –analiza Scalabrini–, se continúa en el federalismo y el yrigoyenismo, movimiento que expresa un contenido democrático, aunque también era tributario de una matriz liberal. Manuel Ortiz Pereyra, precursor de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) y la lucha contra el imperialismo británico, a decir de Galasso, “señalando la necesidad de liberarnos de la opresión extranjera”[3], hará votos por alcanzar una tercera emancipación, esta vez económica y cultural (siendo, dirá, la primera en 1816 y la segunda en 1912, con el sufragio secreto y universal). Scalabrini señalará al pueblo como sujeto de esta tarea, reflexión que se reflejará en sus “Política Británica en el Río de la Plata”, “Historia de los Ferrocarriles Argentinos” y “Bases para la reconstrucción nacional”. Escribe el nacional Ortiz Pereyra:

Producida, en lo económico, la penetración imperialista, las demás etapas de nuestro sojuzgamiento se alcanzaron sin muy grandes esfuerzos: en lo cultural, estamos tan europeizados que nadie, en nuestro país, se atreve ni se siente obligado a pensar con su propia cabeza; y con respecto a lo político, mejor es no enojarse y dejar que judíos y anglosajones sigan gobernando a nuestros titulados gobernantes y prosigan financiando a nuestros titulados políticos hasta el día en que nuestro pueblo piense por sí mismo y encienda, en su espíritu, el fuego necesario para emanciparse de sus pastores y poder convertir a la patria en patria integralmente libre (Ortiz Pereyra, 2012, pág. 63) [el subrayado es mío].

Por pensar, Scalabrini se especializará en ver la paja en el ojo ajeno y en ver la viga en el propio. No intentará mitigar su dolor de argentino con la fantasiosa representación de otras realidades como el destino de nuestra tierra. Presentará una visión revisionista de la influencia inglesa en el Plata, entendiendo ese peso en la economía nacional como la sangría que deriva en un nuevo colonialismo a favor de Inglaterra en la continuación del proceso de la independencia. Y dará cuenta de ese transcurso de sometimiento al liberalismo anglosajón, “la mentida historia de los vencedores de Caseros, la del liberalismo colonial y oligárquico”, a decir de Jorge Enea Spilimbergo (1974), ante la falta de un Estado central soberano, independiente, nacionalista y autosuficiente.

  1. Política inglesa: empréstitos y FF.CC. para controlar el Plata

Con sistemática frecuencia, Scalabrini concluye que en el ciclo de la emancipación los territorios españoles, de relaciones coloniales visibles en la etapa borbónica, se volvieron invisibles colonias inglesas. A través de los empréstitos como la herramienta para desbloquear la riqueza acumulada en Buenos Aires por los comerciantes británicos, ésta pudo ser enviada a Londres a cambio de los papeles que los mismos ingleses emiten para poder cobrarse (Chumbita, 2017, pág. 79). Todas las rentas y las tierras públicas de la provincia de Buenos Aires habían quedado hipotecadas en garantía de pago a la Baring Brothers, la empresa bancaria británica que realizó un empréstito a Buenos Aires en 1824, dando origen a la deuda externa argentina (Galasso, 2008b). Scalabrini tomará parte por el grupo que dará forma a las primeras concepciones del nacionalismo popular, y aquellos hombres rastrearán las causas de la dependencia en la Generación del 80 y en la institucionalidad liberal. “En el mejor de los casos –escribirá Spilimbergo–, estos “liberales” pecan de sumisión teórica a doctrinas imperantes en Europa, sin advertir sus efectos contrarios y contraproducentes en un ámbito social por entero distinto. Son, además, la correa de trasmisión de intereses ajenos” (1974). Scalabrini estudiará el drama de los ferrocarriles argentinos: los ingleses, a través de los trenes, controlan la economía nacional; las inversiones del capital inglés, los bancos, las empresas comercializadoras y las compañías ferroviarias, fueron concebidas para trasladar las riquezas locales hacia la isla europea: éramos una semicolonia (Scalabrini Ortiz, 2006).

Como Scalabrini señala, no fueron capitales ingleses los que tendieron las primeras vías en Argentina, sino que fue el Estado nacional o provincial. Las oligarquías provinciales apoyarán un diagrama ferroviario pro británico: no se trató de poner en contacto diversas regiones internas con una red en figura de abanico, como quería Sarmiento; sino que los alimentos del pueblo inglés iban de las provincias al puerto de Buenos Aires, y desde su rada a Inglaterra.El “sistema de la semicolonia agropecuaria” (Spilimbergo, 1974) era dependiente de los precios internacionales, orquestado por y para las oligarquías provinciales, dueñas de los campos. Inmortalicemos que antes de lanzarse a la maldita guerra contra el Paraguay, el presidente Mitre inaugura una línea ferroviaria de los anglos profiriendo: “¿Cuál es la fuerza que impulsa este progreso? Señores: ¡es el capital inglés!” (Anzoátegui, 1968). Hernández Arregui sentenciará: “Liberalismo y coloniaje representan (…) la fórmula indivisible de lo antinacional” (2004).

El análisis de la organización económica argentina es un elemento central en el pensamiento de Scalabrini. La razón es llana: “en un país atrasado, pretender la libre introducción de manufacturas industriales significa renunciar a la industrialización propia, condenarse de antemano al papel de colonia agrícola de metrópolis tecnificadas”, como subraya Spilimbergo (1974). Desde la perspectiva scalabriniana, existe una disociación entre la organización económica “tal como es” y la comprensión efectiva general que de ella tenemos. Esto se debe a que desde 1810 se “adoptaron sin análisis las doctrinas corrientes en Europa” (Scalabrini Ortíz, 2001, pág. 6). Mas el capital extranjero no había estado solo en esta empresa de expoliación de los recursos nacionales. Señalará Scalabrini la responsabilidad de la oligarquía, que había promovido la especialización de nuestra economía en la producción de bienes agropecuarios; de la clase política, que desde el Estado había facilitado a los capitales ingleses la obtención de ganancias exorbitantes; y de los partidos políticos que habían avalado, con su renuencia a denunciar el imperialismo, la entrega del patrimonio nacional. De esta suerte, concluirá Hernández Arregui, “la paz social en Inglaterra (…) tiene sus raíces en la opresión colonial en Argentina” (2004). Las afirmaciones de Scalabrini se basan en una teoría sobre una compleja red de interconexiones históricas, económicas y políticas: Europa ha visto a América como una factoría de donde extraer riquezas. Con este enfoque extractivista en la era moderna, Inglaterra ha utilizado la astucia financiera para asegurarse el acceso a materias primas y alimentos, sin ánimo de establecer relaciones de filialidad con América, actitud que ha llevado a un desequilibrio en las relaciones económicas entre Inglaterra y la Argentina: “Tal fue el liberalismo cipayo de rivadavianos, mitristas y otras tendencias análogas en el proceso de nuestra vida pública” (Spilimbergo, 1974).

Según Scalabrini, la crisis de 1930 tuvo como principales causas la dependencia respecto a Inglaterra, el modelo de producción agroexportador y la falta de una política industrial y de desarrollo tecnológico propio. Señala Spilimbergo que “El carácter reaccionario de este liberalismo proviene de que, lejos de reflejar y promover las necesidades del desarrollo industrial, actúa beligerantemente contra ellas, en beneficio del industrialismo extranjero que busca nuestro sometimiento” (1974).

 Los ferrocarriles, los tranvías, los teléfonos y por lo menos el 50% del capital de los establecimientos industriales y comerciales, eran de propiedad inglesa. Hasta la flota inglesa transportaba los productos agropecuarios que obtenía. En “El S.O.S. de mi pueblo” (1935) Ortiz Pereyra se interpela: “¿A quién pertenece este país?” Y responde, aferrado a plantear la dominación sufrida:

Nuestro país (…) pertenece a Dreyfus y Bunge y Born, acaparadores, a precios viles, de toda nuestra producción agrícola; pertenece a Yesrey, Armour, Swift, Liebig’s, acaparadores de nuestra producción ganadera a precios convenientes para arruinarnos; pertenece a los ferrocarriles ingleses, a los empresarios extranjeros de teléfonos, de electricidad, de tranvías, de navegación, acaparadores de las comunicaciones, los transportes y el alumbrado con un régimen de tarifas mediante el cual se reparten, en Europa y Norte América, dividendos equivalentes a cada cosecha (Ortiz Pereyra, 2012, pág. 23; 98) [el subrayado es mío].   

Fenómeno del sur del sur, esta dependencia limitaba la capacidad autonómica del país. Scalabrini denuncia la extranjerización de la economía, es decir, la participación y el control de empresas y capitales ingleses en sectores clave; esta extranjerización limita la capacidad del país para ejercer un control pleno sobre su desarrollo y mantener su soberanía. La extranjerización operaba a través de la inversión británica en sectores estratégicos, industria y recursos naturales. Como Scalabrini, Ortiz Pereyra, sostiene Galasso, “va mucho más allá que el resto de sus correligionarios al proponer el rescate de los resortes económicos del país de las manos extranjera”[4]. En línea, Scalabrini argumenta que la presencia inglesa limitaba la capacidad de la Argentina para definir, en simultáneo, su rumbo económico:

Los estadistas medían los grados de nuestra riqueza por el monto de las deudas que los banqueros extranjeros nos permitían contraer. ‘Nos han prestado dos millones de libras esterlinas. Es éste el mejor índice de nuestra prosperidad y de la confianza que la república despierta’, decían con enormes titulares los diarios  (Scalabrini Ortíz, 2001, págs. 13-14)

La interpretación, por elemental, no es absurda. En su cruzada moral trocada en intento de regla jurídica, sostenía que era necesario romper con la visión eurocéntrica de nuestro destino nacional y expandir una razón patriótica de la realidad argentina:

Sin un contenido vital, las palabras que en Europa determinan una realidad, en América fueron una entelequia, cuando no una traición. El conocimiento preciso de la realidad fue suplantado por cuerpos de doctrina, parcialmente sabidos, que no habían nacido en nuestro suelo y dentro de los cuales nuestro medio no calzaba, ni por aptitudes, ni por posibilidades, ni por voluntad (Scalabrini Ortíz, 2001, pág. 6) [el subrayado es mío].

Con el derrumbe de los precios de las materias primas y de los alimentos, y la inmovilidad de los capitales invertidos en el país, aunque eran más que la capitalización a favor de Gran Bretaña del trabajo argentino, la pérfida Albión conquista gratuitamente todos los productos que necesita de la Argentina, doblega los precios de los países competidores, y así su balanza de pagos se normaliza en plena crisis europea, provocando un fuerte descenso en los ingresos nacionales, algo que desnuda la pronunciada tendencia de la clase dirigente de entregarse a la estética jovial de la traición. Comprendiendo que la solución a la crisis argentina no pasaba por la implementación de medidas de ajuste fiscal sino por un cambio radical en el modelo económico y social, Scalabrini formulaba desde Noticias Gráficas −y, según vemos, en sintonía orgánica con los detractores apasionados del modelo agroexportador que no exhiben el atributo del desconcierto−, un cuestionamiento a la extranjerización y a la dependencia, no como un acto periodístico involuntariamente frívolo a más de superlativa ingenuidad, sino con el énfasis patriótico de los espíritus convencidos de que el pensamiento oficial de la Argentina constituía una catastrófica mentira, cuyo objeto era adormecer todo fenómeno cultural rupturista posible, introduciendo el ideal nacional en el barro de la historia:

El imperialismo económico encontró aquí campo franco. Bajo su perniciosa influencia estamos en un marasmo que puede ser letal. Todo lo que nos rodea es falso o irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos pre­sentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran (2001, pág. 7) [el subrayado es mío].

Libre de toda nociva perplejidad, Scalabrini entendía que el desarrollo del país debía basarse en una economía nacionalista, que promoviera la industrialización y la integración de los sectores productivos. Este nacionalismo popular vincula a Scalabrini con otros luchadores que compartían sus ideales nacionales a través de FORJA, y que llamaban a la burla a la soberanía popular y a la entrega de la soberanía nacional el “Estatuto Legal del Coloniaje”. En los volantes y conferencias de FORJA como así también en el semanario Señales, Arturo Jauretche comenzó a adoptar un lenguaje que parcialmente utilizara Alejandro Bunge y que pronto será el de la multitud: “nueva Argentina”, “justicia social”, “independencia económica”, “tercera posición” (Jauretche, Carta al Sr. Dr. José Ávalos del 9 de julio de 1942, 1943). El lema de FORJA era “somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre” (Jauretche, 1984, pág. 19). La lucha de los forjistas era contra la entrega del país por parte de la oligarquía, y por el surgimiento de una conciencia nacional antiimperialista (Godoy, 2014, págs. 2-3). Al borde de ser exterminado por la elite cipaya, Scalabrini argumenta que la falta de producción de bienes llevaba a la dependencia de las importaciones británicas, lo que, a su vez, como efecto secundario, generaba una salida de divisas y limitaba la industria nacional:

Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo, es extranjero o está sometido a la hege­monía financiera extranjera. Extranjeros son los medios de transportes y de movilidad. Extranjeras las organizaciones de comercialización y de industrialización de los productos del país. Extranjeros los productores de energía, las usinas de luz y gas. Bajo el dominio extranjero están los medios internos de cambio, la distribución del crédito, el régimen bancario. Extranjero es gran parte del capital hipotecario y extranjeros son en increíble proporción los accionistas de las sociedades anónimas (Scalabrini Ortíz, 2001, pág. 7) [el subrayado es mío].  

Consta también que el gran aporte a la carta de Scalabrini a FORJA fue el estudio del funcionamiento de la política visible e invisible que los capitales y la diplomacia británica llevaron a cabo en el Río de la Plata desde el siglo XIX. Para convertir a la Argentina en su granja abastecedora de carnes y cereales baratos, subsidiando así el consumo inglés e impidiendo nuestro desarrollo integrado. En pos de generar las claves necesarias que fundamentasen la consolidación de una economía nacional, en la década infame Scalabrini considera que la Argentina tiene potencial para desarrollar su industria, pero que este había sido frenado por el libre comercio. La Argentina era una más de las colonias inglesas: la venta a los británicos de lanas primero, y de granos y carnes después, no había sido para desarrollar la economía nacional, sino para favorecer la industria inglesa, y, en efecto, para reproducir nuestra condición de país dependiente:

(…) el ingeniero Bunge (…) dijo: ‘Las cifras absolutas de pérdida de nuestra exportación agrícola ganadera alcanzaron a 1.132 millones en 1932’. Tal sería el saldo negativo. de nuestro balance de pagos. Por eso en un pueblo exportador de materias alimenticias puede haber hambre: ha comenzado a haber hambre. Es que ya al nacer, el trigo y el ternero no son de quien los sembró o los crio, son del acreedor hipotecario, del prestamista que adelantó fondos, del banquero que dio un empréstito al Estado, del ferrocarril, del frigorífico, de las empresas navieras… de todos, menos de él (Scalabrini Ortíz, 2001, págs. 33-34) [el subrayado es mío].

  1. Un aporte inestimable como radiografía de una época

Desde una perspectiva metodológica y filosófica, Scalabrini adoptaba una postura crítica y revisionista. Cuestionaba las ideas y los paradigmas establecidos, buscando superar las influencias externas y desarrollar una comprensión más auténtica y contextualizada de la realidad nacional. Se basaba en el análisis crítico de la historia, la economía y la comunidad criolla para comprender los problemas y desafíos de la Argentina, y proponía acciones y políticas que tuvieran en cuenta nuestras particularidades: el país tenía desafíos que requerían un análisis específico acorde a su realidad particular. La constancia de sus prioridades se traduce en 1931 en “El hombre que está solo y espera”; allí analiza la dependencia económica y denuncia la explotación de los recursos naturales por parte de Inglaterra, sosteniendo que era necesario romper con ese esquema y fomentar la industria protegiendo los sectores productivos locales. En 1933, desde Ultima Hora, Scalabrini se atreve a la aventura de la denuncia del Tratado Roca-Runciman, de la creación del Banco Central Mixto y de la Coordinación de Transportes. Participa activamente en la conspiración de los militares Bosh y Pomar, que se imponían impedir la entrega del país que legitimaba de papelón en papelón Agustín P. Justo:

Verifiqué con asombro inenarrable que todos los órdenes de la economía argentina obedecían a directivas extranjeras, sobre todo inglesas (…) Ferrocarriles, tranvías, teléfonos, y por lo menos el 50 por ciento de capital de los establecimientos industriales y comerciales era de propiedad extranjera, en su mayor parte, inglesa[5] [el subrayado es mío].

Teórico del conocimiento, Scalabrini criticaba el latifundio, mas proponía la redistribución de la tierra y que desde el Estado se impulsara la agricultura familiar: “el latifundio debe dividirse para aumentar la producción [y] para organizar las bases de una eficaz justicia distributiva de la riqueza agraria producida. (…) La reforma agraria conviene al interés individual de los componentes de la más amplia mayoría nacional” (Scalabrini, 1963).

  • Conclusiones

Raúl Scalabrini Ortiz fue un pensador con reglas de análisis. Sostenía que el ciclo de prosperidad asociado a la producción agropecuaria se había terminado, esa realidad-problema recorre la obra de Scalabrini, al igual que la del grupo FORJA. El vibrante pensador criticaba la comprensión eurocéntrica y dependiente de la realidad nacional y abogaba por romper con los paradigmas establecidos y ensayar un análisis de la Argentina teniendo en cuenta su historia, geografía, economía y cultura propias (Godoy, 2014). Identificaba como factor del anti-progreso argentino a la extranjerización de la economía que operaba limitando la autonomía y el desarrollo nacional, ya sea a través de la dependencia de las importaciones de bienes manufacturados, la desigualdad económica o, acaso, la falta de control estatal sobre recursos e industria, factores que se interrelacionaban entre sí.

Hoy, mientras atravesamos una de las peores crisis económica, política y de honorabilidad presidencial de nuestra historia, en un contexto en el que los discursos neoliberales y la violencia comunicacional contra toda forma de nacionalismo se intensifican remembrando al menemato (que, recordemos, entregó el Ministerio de Economía al grupo Bunge & Born, lo que signó su viaje al noveno infierno del fuego eterno), los aportes de Scalabrini refuerzan la importancia de visibilizar el nacionalismo económico, la defensa de la industria nacional y la crítica al modelo dependiente y agroexportador, como parte de una batalla cultural argentina por la independencia económica y la representación, en políticas concretas para las mayorías, del concepto vivo de Patria a constituir. En el caso de Scalabrini, en marzo de 1948, cuando el Estado tomó posesión de los trencitos nacionalizados por Perón meses antes, el escritor nacional no fue una página aislada del acontecimiento, sino que estuvo de pie en la ceremonia-gesta del Retiro, para celebrar con la victoria, porque se había vencido.  

Persistentemente, ninguna de sus obras pasan inadvertidas para quienes se proponen la realización del sueño argentino de una definitiva independencia para los propios; porque ni el autodesprecio ni la autocompasión nos van a librar de nuestros enemigos de ideales. Mañana, la Argentina desembarazada de sus complejos progresistas y la patología arquetípica de los bienpensantes que confluyen en restaurar un escenario de tácticas de repliegue a su servicio, y no por construir otra Argentina del porvenir con la necesidad perentoria de construirla desde el pensamiento nacional, en momentos en que se produce el ataque más duro que ha sufrido la universidad pública argentina desde la represión y la persecución de Onganía, sabrá agradecerle −ya sin incoherencias− su magnífico aporte estratégico que antepone el bien comunitario a intereses individuales, punto nodal en nuestra pujanza nacionalista, y, sobre todo, de nuestra supervivencia como Patria de criollos que no se derrotan por insistencia de una jefatura partidaria. No habrá tabula rasa en el nombre de Scalabrini. Por ello, quien quiera saber sobre los males del liberalismo y las virtudes del nacionalismo y la industrialización, este es el hombre: Raúl Scalabrini Ortiz.

Bibliografía

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[1] En Galasso, Norberto, Vida de Scalabrini Ortiz, Buenos Aires, Colihue, 2008, p. 55.

[2] Ídem, p.75.

[3] En Ortiz Pereyra, M., El SOS de mi pueblo. Causas y remedios de la crisis económica Argentina, Buenos Aires, Instituto Jauretche, 2012, p. 25.

[4] Ídem, p. 13.

[5] En Galasso, N., Raúl Scalabrini Ortiz y la penetración inglesa, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984, p. 22.


Eduardo Nocera
Historiador, profesor de Historia por el Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche (Merlo), Licenciado en Historia Latinoamericana Contemporánea por la Universidad Nacional de Avellaneda y graduado en Comunicación Social por la Escuela de Periodismo del Círculo de la Prensa de Buenos Aires. Especializando en Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa). Docente en materias de historia argentina, regional y latinoamericana en el Departamento de Folklore de la Universidad Nacional de las Artes y en la Universidad Nacional de La Matanza. Autor de diversos libros y artículos sobre la historia política argentina y rioplatense. Su último trabajo es Artigas y el Congreso de Abalos. Auge y disolución del artiguismo póstumo (CICCUS, 2022). Acaba de publicarse El plan de operaciones atribuido a Mariano Moreno. ¿Cuál fue el proyecto de la Revolución de Mayo? (CICCUS, 2025), compilación de Hugo Chumbita que cuenta con una contribución de su autoría.
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