Indios, criollos y británicos en la formación surera argentina (II)

Ernesto Dufour

Este trabajo corresponde a la segunda entrega de la serie de cuatro artículos que completan el ensayo Indios, criollos y británicos en la formación surera argentina.  El presente apunta a restituir la riqueza y complejidad en la formación territorial de la argentina meridional focalizando en el papel que le cupo a la constelación de pueblos indígenas en la región pampeano-patagónica desde un horizonte nacional americanista.

El entramado geográfico que se entreteje en el flanco sur de la “américa antes española” entre los elementos ecológico-ambientales y los modos de apropiación social de los grupos involucrados, a través de sus prácticas vitales de carácter económico, político y cultural sobre el terreno resulta medular para entender el despliegue histórico del “complejo mapuche-tehuelche” en su vínculo indisociable con la sociedad hispano-criolla, desde, al menos, el siglo XVII en adelante.

Hay dos elementos decisivos. Por un lado, la ancestral adaptación y organización a las condiciones naturales de la vasta geografía y, por otro; la posterior – y decisiva – incorporación del caballo y el ganado cimarrón luego de la llegada de los españoles. Como destacan Raúl Mandrini e Irma Bernal, quienes realizan una historización del poblamiento indígena con base en el proceso de ocupación del espacio en el actual territorio argentino, la apropiación de las condiciones naturales por parte de los pueblos indígenas dió como resultado “modos de vida” específicos y tipos de organización territorial ( es decir, acciones políticas desplegadas en terreno) acordes que incluyeron tecnologías de adaptación a los condicionantes del ambiente, vínculos dinámicos con otros pueblos y clanes y manifestaciones estético-religiosas particulares. Este enfoque territorial tiene la virtud de ir más allá de la habitual ubicación de lo indígena en un plano mítico-cultural, de carácter abstracto, a-histórico y a-geográfico, propio de las miradas antropologizantes.

En el caso de los tehuelches, su cultura y etnicidad se fue delineando como consecuencia de su modo de valorar y recurrir a las disponibilidades naturales. Existían marcadas diferencias entre los tehuelches meridionales – o aonikenk, en lengua original- , fuertemente condicionados por la espacialidad árida de la meseta patagónica que se despliega desde el estrecho de Magallanes hasta el Rio Negro y los techuelches septentrionales – o günün-a-künna– vinculados a la llanura pampeana con alta disponibilidad de campos de pastoreo y mayor variedad de fauna. A diferencia de los mapuches (es decir, araucanos en lengua original) los tehuelches eran un pueblo trashumante que surcaba la meseta patagónica en continuos desplazamientos en búsqueda de aguadas y animales para cazar. Los mapuches, en cambio, eran originalmente sedentarios debido a las condiciones ecológicas de los valles cordilleranos que habitaban desde tiempos remotos los cuales les permitían el desarrollo de la agricultura y la producción de alimentos, cerámica y metalurgia, al menos hasta finales del XVIII y, sobretodo, a inicios del XIX que iniciaron su desplazamiento transcordillerano producto de la presión y  avance de las autoridades borbónicas primero y – sobretodo- de los gobiernos criollos a posterior, los cuales desconocieron los “derechos sobre la tierra” otorgados por el Rey de España a los araucanos en 1641, al sur el río Bio Bio hasta la isla de Chiloé, como resultado de lo convenido en el Parlamento de Quillín.

En el caso de los tehuelches, como bien sostiene Raúl Mandrini, lejos de tratarse de una cultura primitiva en cotejo con las civilizaciones azteca, maya o inca, por el contrario, se trataba de un pueblo que desarrolló sofisticadas tecnologías de caza y recolección que les permitió atravesar y sobrevivir durante siglos en las condiciones extremas de la extensa meseta patagónica. Una cultura viva de la cual carecían los primeros europeos que se asentaron en la Patagonia durante los siglos XVI y XVII y que, por tanto, signaron el fracaso de sus intentos de poblamiento permanente.

Los grupos y linajes indígenas no eran conjuntos cerrados ni estáticos. Sus vinculaciones e interacciones con otras tribus y clanes como huiliches, pehuenches o pampas- indispensables para la supervivencia si escaseaba la caza o si necesitaba bienes naturales inexistente en sus tierras (directamente vinculado a las ciclos climáticos y ambientales)- mediante el trueque o la cacería conjunta eran relaciones a veces amistosas, a veces críticas o de competencia, o bien, vinculadas a objetivos políticos o religiosos. Con el tiempo llegaron a constituirse y consolidarse cadenas de intercambios, con los araucanos y otras parcialidades al otro lado de la cordillera, aunque sujetas o condicionadas por las largas distancias y las limitaciones geográficas o ambientales.

El panorama étnico y cultural fue sumamente cambiante desde los siglos XVI y XVII a partir de la presencia de los blancos y luego más frecuentemente de araucanos que empezaron a ejercer un importante papel en esa dinámica. Un factor fundamental producto de la presencia española fue la introducción del caballo y el ganado cimarrón que rápidamente incorporaron a sus prácticas vitales. El uso del caballo generó un notable aceleramiento de los intercambios dado el achicamiento de las distancias y la mayor disponibilidad de animales para la caza. El alcance de estos intercambios económicos que surcaban la Patagonia – muy particularmente el intercambio transcordillerano de ganado pampeano por manzanas, pieles, plumas, huesos para adornos, orfebrería y tejidos araucanos, utensilios de hierro dejado por los barcos europeos, azúcar, sal , yerba mate, bebidas alcohólicas- llegó a ser muy extenso. Trajo aparejado la necesidad de establecer lazos de sangre y parentesco para asegurar su reproducción y supervivencia. Los tehuelches establecen que el varón debía encontrar pareja fuera de su grupo. En muchos casos esos lazos de sangre eran resultado de las guerras después de las cuales lo general era que los vencedores se apropiaban de las mujeres de los vencidos. Estos parentescos contribuyeron a eliminar las diferencias y a formar nuevas formas culturales fruto de la concurrencia y fusión de elementos variados de diferentes orígenes. Esto sucedió, por ejemplo, con la lengua mapuche, el mapudungún[2], que fue expandiéndose del lado oriental de la cordillera o bien, la incorporación de técnicas de caza y pastoreo tehuelches por parte de los araucanos y pehuenches, indispensables para sobrevivir en llanuras y estepas aquende los Andes.

La creciente expansión ganadera fue despojando a los tehuelches de sus principales reductos de caza y pastura lo cual exigió perfeccionar sus sistemas de obtención, arreo e intercambio. Surgió así el Malón, empresa que no puede entenderse por fuera de la expansión de la sociedad indiana y de su carácter de pueblo nómade. Paulatinamente, los tehuelches septentrionales y araucanizados, como los ranqueles o los borogas dependiendo del periodo y el área considerada, fueron convirtiéndose de cazadores a pastores de ganado como consecuencia del malonaje. Los tehuelches meridionales que no maloneaban, continuaron dedicados a la caza y recolección tradicional aunque con crecientes intercambios de pieles, plumas y otros elementos con los blancos y los pueblos mapuches, al otro lado de la cordillera. De la misma manera, los estancieros españoles y criollos adoptaron los malones como método útil para recuperar el ganado que los indígenas habían obtenido a través de esta nueva tecnología de caza, resultante de la adaptación índigena a las nuevas condiciones y disponibilidades existentes en el periodo. Pero sus vínculos no eran solo violentos. Entre malón y contramalón se fue estructurando una dinámica sociedad fronteriza que articulaba fortines, tolderías, estancias, rastrilladas, parajes, postas y cruces de caminos, áreas de pastoreo y acopio de sal, aguadas y pulperías en un mismo escenario vital de encuentro entre indios y criollos que fueron perdiendo en el largo histórico su carácter de tales para pasar a ser indistintamente milicos, lenguaraces, baqueanos, peones, puesteros, chasques, faenadores, domadores, bolicheros, cautivos o, simplemente, gauchos.

Las primeras incursiones de españoles en la Patagonia oriental “tierra adentro” (más allá de los contactos de navegantes en las costas) datan de 1670 con la presencia de la Compañía de Jesús en la misión de Nahuel Huapi, quienes arribaron desde Chile. Uno de los cuatro núcleos geopolíticos del flanco sur de los dominios españoles desde donde comienzan a explorar y poblar el actual territorio argentino junto al corredor del Alto Perú, la región del Guairá -actual Paraguay- y la propia metrópoli de España, esta última, la menos gravitante en los primeros dos siglos de la conquista en términos de aporte poblacional. Los sacerdotes jesuitas fueron bien acogidos por los indígenas de la región al punto que participaron activamente en la resolución de conflictos entre las tribus, grupos y clanes. Según las crónicas del Jesuita Miguel de Olivares, los misioneros fueron convocados por los indios de la isla Chiloé, al otro lado de la cordillera, a asentarse también allí para ejercer el mismo rol pacificador[3]. De la misma manera, los tehuelches meridionales tuvieron frecuentes encuentros pacíficos con los numerosos navegantes europeos que atravesaban las costas patagónicas. Intercambiaban diversos objetos como pieles, plumas y cueros a cambio de artículos que ellos habían ido valorizando como necesarios para su vida cotidiana, utensilios de hierro, telas, azúcar, tabaco, harina y alcohol, entre muchos otros[4]. Durante décadas, estos intercambios se realizaban en la Bahía de San Gregorio, allí donde el Estrecho de Magallanes se angosta, posta marítima obligada de las numerosas expediciones navales europeas que atravesaban el pasaje bioceánico. En las proximidades donde, siglos después, Chile fundara el Fuerte Bulnes, asentamiento original de la actual Puntas Arenas, en 1843.

Los cambios geopolíticos a fines del siglo XVIII ante el aumento de las incursiones de las potencias navales de Francia e Inglaterra en los mares meridionales impulsó la propia creación del Virreinato del Río de la Plata con sede en Buenos Aires en 1776, con el fin de asegurar los dominios españoles en el flanco más desguarnecido de las provincias españolas de la américa meridional. La fundación de asentamientos sobre la costa patagónica y las islas del sur durante el siglo XVIII, Puerto Soledad en Malvinas en 1767, Puerto Deseado, Floridablanca, Candelaria, estos últimos luego abandonados y Carmen de Patagones en 1779, a partir de las expediciones de Basilio Antonio de Villarino y Bermúdez (Noya, España, 1741-1785) quien realiza un detallado reconocimiento del litoral patagónico y los ríos Negro, Colorado, Limay y Deseado; dan cuenta de los intentos defensivos de España en el Atlántico sur. Las iniciativas borbónicas de ocupación y valorización del “lejano sur” patagónico y atlántico son, en cierta medida, “novedosas” respecto de la tradicional organización espacial de las provincias españolas en América, más volcadas hacia el pacífico y en disposición nortearribeña, con epicentro en el eje Lima- Potosí, que se corresponde con una cultura indiana de carácter fuertemente telúrico y mediterráneo.

Carmen de Patagones fue durante décadas el único asentamiento permanente no indígena en la Patagonia continental, no así en Malvinas donde residían desde 1767 autoridades y población hispánica y criolla. Fundada sobre tierras que habían sido compradas al cacique tehuelche Chanel, bisabuelo de Llanquitruz y Saygüeque, se constituyó paulatinamente como un centro económico y motor fundamental de los intercambios comerciales con los pueblos indígenas patagónicos cuyas redes mercantiles conectaban el poblado bonaerense con la plaza chilena de Valdivia a través del Río Negro o del lago Nahuel Huapi. En efecto, lejos de ser considerado únicamente como un fuerte o mero enclave, el poblado de El Carmen se erigía como un nodo estructurador que modificara por completo la dinámica de la parte meridional continental hasta el Cabo de Hornos.  Centro de una vasta red regional trasncordillerana con eje en el valle del Río Negro que conectaba el atlántico con el pacífico a través del isla grande de Choele Choel, punto clave en los circuitos mercantiles. Allí, donde los españoles habían fundado el Fuerte Villarino en 1782 partiendo desde El Carmen y que fuera abandonado en 1783 y Rosas, décadas después, fundara el  “Fuerte Encarnación” en 1833. Área de confluencia, en distintos periodos, de tehuelches, huiliches, pampas, boroganos y araucanos, conforme a la jefatura de influencia o cacicazgo que disputara esta zona clave como lugar de pastoreo del ganado pampeano maloneado o, bien, recibido como fruto de la política fronteriza de “racionamientos y agasajos a los indios”, primero por el gobierno bonaerense y luego del nacional que pagaban por la pacificación y protección del Carmen de Río Negro, además  del ganado movilizado por encomienda periódica de los comerciantes criollos. Ganado que era trasladado a Chile a través de los pasos cordilleranos controlados por los pehuenches. Se fue estructurando así una vasta región “tierra adentro” que tomara preponderancia respecto de la vía del atlántico debido a las dificultades logísticas y geopolíticas del acceso marítimo desde finales del siglo XVIII e inicios del XIX. 

Carmen de Patagones y Valdivia se constituyeron como nodos fundamentales, en tanto cabeceras en el atlántico y el pacífico, de una extensa red mercantil de doble vía que gestaba relaciones vitales entre diversos grupos indígenas, españoles y criollos los cuales se volvieron mutuamente dependientes para su subsistencia material. Proceso territorial que explica el porqué Carmen de Patagones nunca fue maloneada[5]. Como afirma Julio Vezub, “junto con la apropiación indígena del caballo desde fines del siglo XVI, la fundación de Carmen de Patagones significó el más grande impulso al cambio social de la región, aunque ni españoles ni criollos ejercieran un control territorial del interior”[6].

Así, buena parte de la población del poblado y las estancias aledañas estaba conformada por indígenas que tenían estrecha conexión con el paraje desde el primer momento de su fundación[7] y que mantenían relaciones de parentesco, padrinazgo  e intercambio periódico con los caciques que vivían en las tolderías tierra adentro[8]

En otro punto de las pampas, durante las invasiones inglesas, los pueblos pampas y tehuelches ofrecieron apoyo militar efectivo al Cabildo de Buenos Aires (este punto fundamental se desarrollará en profundidad en el último artículo que completa la serie) frente a las invasiones de “los colorados”al poner a disposición de la ciudad “20000 lanzas”, es decir, indios de pelea con sus respectivos caballos. Ofrecimiento que fue gentilmente rechazado pero dejado en latencia en caso de necesidad.  Entre las tareas encomendadas se ofrecieron a vigilar las costas ante eventuales desembarcos británicos y proteger Carmen de Patagones de una posible invasión desde el mar. Durante la guerra contra el Imperio de Brasil se desarrolló allí en 1827 la batalla del Cerro de la Caballada ante tropas brasileñas que incluían a 250 británicos, entre ellos el almirante inglés James Shepherd. Gauchos, esclavos africanos, corsarios al servicio del gobierno de Buenos Aires, vecinos de origen maragato (gentilicio de la comarca de Maragatería en la provincia de León en España) con el apoyo de los indígenas de la región, es decir, la totalidad de la composición social realmente existente,  repelieron la invasión exitosamente.

En tiempos de la campaña de Rosas, se ejerció un manejo fronterizo activo que combinaba punición militar con negociación efectiva basada en la profunda comprensión de la sociología indígena por parte de Juan Manuel de Rosas[9], el “indio rubio”, llamado así por el cacique Catriel, conocimiento estratégico que posibilitó el despliegue y la estabilización durable del espacio de frontera. Una paz que permitió no sólo la reducción de los malonessino -directamente- su reemplazo como actividad económica por su escasa eficacia ante la nueva realidad política y material en ciernes que consolidó tanto a las jefaturas indígenas en los territorios que controlaban como la identidad y gravitación de los estados provinciales confederados.

Asimismo, desde Carmen de Patagones se desarrollaba una intensa relación funcional con las islas Malvinas. Desde allí, Luis Vernet, por el comandante político y militar de Malvinas, isla de los Estados e islas adyacentes al Cabo de Hornos cargaba sus barcos con provisiones necesarias para el desarrollo de la colonia en Malvinas. Fue allí donde  gauchos, mulatos e indios (“las castas”, como se denominaba en la américa antes española) se embarcaron con Vernet a quien le había sido encomendada por parte del gobierno de Buenos Aires la misión de hacer valer su autoridad ante las continuas depredaciones de flotas balleneras y loberas de distintos orígenes, fundamentalmente norteamericanas.

Debido a la experiencia de Vernet en la península de Valdés en la faena de ganado, donde tuvo contacto amistoso y comercial con los tehuelches, impulsó que grupos de indígenas se instalarán en las islas. Allí conoció a la Cacica tehuelche María la grande[10] descripta por muchos navegantes de la época como una jefa dotada de una gran personalidad y liderazgo en toda la patagonia meridional, quien usaba aros con la Virgen María y realizaba ceremonias con crucifijo. María la grande (bautizada así por Luis Vernet por su semejanza con la emperatriz rusa Catalina la grande) viaja a Malvinas en 1831, invitada con honores y agasajos por parte del gobernador, para comerciar entre las islas y el continente. Acuerdo comercial que finalmente no llega a concretarse debido al ataque artero de la USS Lexington en 1831, barco de guerra norteamericano que como represalia por el intento de Vernet de regular la pesca indiscriminada a partir de la captura de cuatro navíos balleneros norteamericanos, bombardea y saquea Puerto Luis (antes Puerto Soledad), antesala fatídica de la posterior invasión británica de 1833. En efecto, tal como estudió la historiadora Sofía Haller[11] Malvinas y el Atlántico sur era epicentro de una amplia red económica transnacional del comercio foquero y ballenero, con sede principal en el puerto estadounidense de Baltimore, cuyo aceite era insumo energético fundamental en esos años.

En Carmen de Patagones, considerada durante décadas puerta de entrada y capital de la Patagonia, nació Luis Piedra Buena, el “San Martín de los mares”, marino argentino que defendió la soberanía argentina en el Atlántico Sur y la Patagonia continental durante buena parte del siglo XIX. Estuvo en Malvinas y llegó hasta las puertas del continente antártico manteniendo una estrecha relación personal y comercial con los tehuelches meridionales en el asentamiento de isla Pavón, en la actual provincia de Santa Cruz.

Hacia la década de 1860, Luis Piedra Buena junto al Cacique Casimiro Biguá, quien sucede a María La grande, un “cacique argentino” como él mismo se denominaba, viajan a Buenos Aires en tres oportunidades a entrevistarse con los presidentes Mitre y Sarmiento respectivamente, con el fin de solicitar apoyo material para erigir la Colonia argentina-tehuelche en Bahía de San Gregorio. Casimiro Biguá se crió en la “Estancia del Estado”, en las cercanías de Carmen de Patagones, al cuidado de su administrador y padrino Francisco Fourmantin, francés apodado Bibois -pronunciado en francés como bibuá– quien llegaría a ser comandante del “Fuerte del Carmen” y de cuya deformación de la pronunciación francesa del mote de su padrastro tomaría su apellido.

El objetivo de Piedra Buena y Biguá era sentar las bases de la soberanía argentina en el estrecho de Magallanes ante la presencia de “indios chilenos”, miembros otras tribus y clanes vinculados al intercambio con el poblado chileno de Puntas Arenas, luego del traslado de Fuerte Bulnes a esa localización en 1848[12]. Apoyo que nunca recibirían por parte del gobierno de Buenos Aires a pesar de las promesas conforme al imaginario geográfico oligárquico-portuario (es decir,  con sede en el puerto de Buenos Aires) que prescribía que la Argentina “terminaba en el Río Negro” en abierta contradicción con la vocación surera en gestación cuyo epicentro se asentaba en Carmen de Patagones.

Así, la Patagonia adquiere a mediados del siglo XIX un carácter ambiguo en materia de soberanía, tal como lo expresaba la cartografía de la época. A veces, la patagonia aparecía como un extenso partido de la provincia de Buenos Aires con capital en Carmen de Patagones. A contramano de toda una concepción cartográfica de vocación austral que se manifestó (en fricción con la cosmovisión oligárquica orientada hacia el norte sajón) desde tiempos de la revolución de mayo e incluso antes, conforme a la presencia anglo-francesa y portuguesa en el Río de la Plata y los mares del sur. Se desplegó paulatinamente una proyección geopolítica con base en referencias astronómicas meridionales que miraba la organización territorial de las Provincias unidas de la América de sud con “norte” en el sur[13], en el marco de una geocultura sureña[14]. A lo largo del siglo XIX, la cartografía de américa del sur elaborada en Europa o EEUU, de frecuente circulación, representaba a la Patagonia como una entidad geográfica “desgajada” del resto del territorio nacional, en tanto terra nullius, espacio políticamente indeterminado, sin asignación de soberanía, cercano a un estatus internacional de libre uso.

F. A. Garnier, Patagonie, et Detroit de Magellan, Terres Australes (1860). Nótese que el “ Estado del Plata” termina en el Río Negro y que no solo Malvinas aparece representada bajo dominio británico sino además la Tierra del Fuego.

Julio Vezub, Abelardo Levaggi, Susana Bandieri y Silvia Ratto, entre otros, demuestran fehacientemente que el elemento decisivo en el sinnúmero de pactos, alianzas políticas y militares, malonajes, intercambios comerciales, redes parentales, padrinazgos y matrimonios entre linajes en la vastísima y dinámica frontera austral del mundo hispano-criollo no era el factor étnico sino las necesidades políticas y mercantiles contingentes. Las diferencias étnicas, por supuesto, existían pero no necesariamente constituían la motivación principal del accionar de los grupos indígenas y criollos (aunque siempre estaban a la mano si las condiciones lo ameritaban).

Lo cierto es que pese a las diferencias que caracterizaron las relaciones de los indígenas con los hombres blancos existió un factor común ligado a la nueva realidad territorial que se fue forjando con los siglos. Cada vez se hizo más difícil, a unos y otros, reproducir sus sistemas de vida tradicionales prescindiendo, en el caso de los indios, de funcionarios acopiadores, pulperos, navegantes, autoridades que posibilitaban los racionamientos y otros representantes de la sociedad criolla. De la misma manera, no era posible para la sociedad blanca sobrevivir y permanecer en las pampas, costas y estepas sin los saberes, recursos e intercambios indígenas que modificaron el modo de ser y estar de los huincas en la américa meridional. Para vivir y sobrevivir acá, en nuestras pampas, un europeo debe devenir en gaucho, es decir, debe aindiarse o no ser. Como en el caso de la colonia galesa en el Valle del Chubut en 1867 quienes mantuvieron amistosas relaciones de reciprocidad con los tehuelches…

“El trato con esta familia de indios, fue muy favorable para la colonia en las circunstancias en que se encontraba entonces. la carne era escasa porque no disponíamos de suficientes animales para nuestro consumo, y debido a nuestra mala suerte o más vale por nuestra impericia o falta de experiencia y nuestra condición de extraños en el lugar, habíamos perdido todas las ovejas en la primera semana de nuestra llegada al valle. Solo unos pocos estaban acostumbrados al rifle, de modo que podíamos cazar las aves y los animales silvestres que estaban a nuestro alcance. Pero cuando llegó el cacique indio Francisco ( pues ese era su nombre) con sus perros y sus caballos veloces, y su habilidad para la caza , recibimos mucha carne a cambio de pan y otras cosas . Adiestro , además, a los jóvenes en el manejo de los díscolos caballos y vacas , proporcionándoles el lazo y las bolas [boleadoras]. Recibimos también instrucciones útiles en la práctica de cazar animales silvestres, y en consecuencia varios de nuestros jóvenes llegaron pronto a ser hábiles cazadores”[15].

De la misma forma, una comunidad indígena desde mediados del siglo XIX , debía acriollarse o no estar. Como bien lo sabía Sayhueque -él mismo hijo de tehuelches y puelches que había adoptado modos y formas criollas- en la gobernación de las Manzanas por él comandada. “El cacique argentino”, como él mismo se denominaba, que bajo su mando habitaban indistintamente tehuelches, araucanos, huiliches, picunches, pehuenches y prófugos de la justicia huinca.

En el transcurso del siglo XIX esta realidad de dependencia recíproca fue paulatinamente desbalanceándose en detrimento del control indígena y sus modos tradicionales que ya se encontraban radicalmente modificados con la introducción de la lógica monetaria en el comercio trasandino de ganado a través del “Camino de los chilenos” y en las poblaciones fronterizas aquende la cordillera, aun mucho antes que se lanzara la última ofensiva militar entre 1879-1884. Este relativo equilibrio territorial de tres siglos fue resquebrajándose en el contexto de mediados a fines del siglo XIX, a partir del punto de inflexión que significaron las batallas de Caseros y Pavón, que sentaron las bases de la Argentina como semicolonia inglesa en el marco del despliegue furibundo del capitalismo imperialista al comando de Gran Bretaña.

La presidencia de Sarmiento Domingo F. Sarmiento (1868-1874) marcó el punto de inflexión en las redes de sociabilidad y las lealtades de personales de padrinazgo y compadrazgo que continuaron en lo fundamental – incluso luego de la caída de Rosas durante la secesión de Buenos Aires de la Confederación y la presidencia de Mitre- en lo que respecta a la gestión y resolución de conflictos de frontera pese a la creciente militarización de las relaciones y la  discontinuidad de la política de racionamientos y la revitalización del  malonaje y las acciones punitivas  consecuentes que eran, en rigor, contramalones. El estado nacional gracias a la acumulación de conocimientos de la realidad norpatagónica y pampeana – que les permitió, entre cosas, incidir en la sucesión de cacicazgos entre distintos linajes con el fin de designar a indios amigos en la jefatura- en la etapa previa consideró que estaban dadas las condiciones para su expansión territorial sobre nuevas premisas.

El proceso de reestructuración estatalista concomitante de las unidades políticas a escala planetaria -para no devenir una colonia, sin más, como en África y Asia- donde ya no era posible la coexistencia en un mismo territorio de diferentes organizaciones en el ejercicio de poder legítimo, la brecha tecnológica en aumento y la hegemonía filosófica positivista ( con base en el supremacismo étnico occidental) por parte de la oligarquía terrateniente triunfante y sus clases ilustradas o intelligentzia (cuya función principal consistía en “denigrar aquello que se esquilma”, al decir de Jorge Abelardo Ramos[16]) sellaron la suerte del control del espacio patagónico por parte de los cacicazgos indígenas.

Como el caso de la Gobernación de las Manzanas al mando de Sayhueque o  de la Confederación indígena de Salinas Grandes al mando de Calfucurá[17]. Caciques que fueran  reconocidos como autoridades por parte de los gobiernos provinciales y nacionales, en distintos periodos. Los manzaneros formaron parte durante décadas de la condición de “indios amigos” que no maloneaban, eran ganaderos y cultivadores como su gentilicio indica. En 1863 habían firmado un pacto con el gobierno de Buenos Aires -y ejercían, en virtud de los acuerdos, un poder moderador ante “ los salineros”, ranqueles, huiliches y pampas al mando de Calfucurá quien le había propuesto a Sayhueque malonear Bahía Blanca hacia 1870, propuesta que fuera rechazada por dicho jefe. El propio Roca mantuvo ese reconocimiento en 1879 al inicio de la Conquista del desierto.

En la imagen Valentín Sayhueque con atuendos de “cristianos”, circa 1875. El perito Francisco P. Moreno, en sus apuntes de la primera visita que realizó al país de las Manzanas, cuando fue tratado con honores escribió: “Es el jefe principal de la Patagonia y manda las siete naciones que viven en esos parajes: araucanos, picunches, mapuches, huilliches, tehuelches…”

En el caso de los dominios de Calfucurá cuyo epicentro estaba en los campos de Carhué, en las Salinas Grandes, en el actual límite de las provincias de La Pampa y Buenos Aires, espacio de suma importancia estratégica desde los tiempos virreinales en tanto lugar de aprovisionamiento de sal , insumo clave para el comercio con los cristianos y punto de entrecruzamiento de caminos indígenas y circuitos mercantiles entre la dirección este- oeste, de las estancias bonaerenses y los pasos cordilleranos, y la dirección norte-sur, que conectaba a las provincias argentinas con la plaza comercial de Carmen de Patagones y la isla de Choele Choel.

El sello “General Juan Calfucurá – Salinas Grandes” fue un regalo de Santiago Caccia, grabador italiano al servicio del gobierno de la Confederación urquicista, al cacicazgo de Calfucurá. Este sello certificaba la correspondencia y es una evidencia de las relaciones de colaboración entre los indígenas y el gobierno nacional.

En este marco, a la dinámica sociedad fronteriza se le superponen a fines del siglo XIX el afianzamiento de los intereses de la oligarquía terrateniente consolidada luego de 1880 con la federalización de Buenos Aires, que contaba con capacidad efectiva ( militar y económica) para aumentar la posesión de tierras sureñas sin necesidad de pactar con los caciques con el fin de beneficiarse del comercio británico en expansión. Al tiempo que necesitaba legitimar  la conquista militar y la apropiación de tierras instaurando el código napoleónico de propiedad privada, inexistente en la cosmovisión indígena basado en derechos de uso consuetudinario o en base a situaciones de fuerza o de hecho. Mediante la justificación del confinamiento y el traslado forzoso de población indígena con base en postulados cientificistas de tipo racialista conforme a la dicotomía sarmientina de “Civilización y barbarie”. Proceso que implicó un drástico punto de inflexión a fines del siglo XIX que hizo tabla rasa con las dinámicas territoriales existentes ( que incluían pactos, acuerdos y vínculos parentales) en los siglos precedentes en el vasto espacio pampeano-patagónico, signado por el choque y la fricción entre los blancos y las parcialidades indígenas, entre sí y con los otros, pero también por el encuentro y la miscegenación étnica y cultural entre todos ellos.   Nuestros paisanos los indios pasaron a engrosar las clases populares argentinas en las periferias en las ciudades y localidades patagónicas como en las estancias rurales pampeanas y sureñas. Así, y pese a la desestructuración de las redes comerciales y las jefaturas indígenas autónomas vía militarización y denigración ontológica de lo bárbaro, la herencia mestizo-criolla e indígena continuó vívida en el plano de las identificaciones culturales hasta bien entrado el siglo XX.

El Cacique Villamain de origen picunche, vistiendo uniforme militar del ejército argentino en el centro de la imagen junto a capitanejos e indios de pelea en la actual provincia de Neuquén quien se presentó voluntariamente  y persiguió a Reuque-Curá, cacique mapuche, hermano de Calfucurá y tío de Manuel Namuncurá, su anterior jefe, en 1882. En: Encina & Moreno, Tomo II, foto 14. Colección Museo Roca.

El triunfo del proyecto oligárquico de semicolonia británica hacia 1880 marca el soterramiento definitivo de los sostenidos esfuerzos históricos en pos de dar cauce (ético, político e institucional) a la integración de los pueblos indígenas al cuerpo nacional, tal como venía sucediendo, por peso geográfico propio, con los “naturales de la tierra”. No por maquinaciones de tipo étnico, propio de la antigua concepción absolutista de “las castas” que la intelligentzia argentina parece retomar en clave excluyente en este periodo sino por el reconocimiento de su condición de paisanos de pleno derecho, implícita en la expresión sanmartiniana “nuestros paisanos los indios”. Así, los pueblos indígenas corrieron la misma suerte que las masas de gauchos federales de las provincias alzados en armas contra el proyecto de Buenos Aires, apenas dos décadas atrás. Al igual que las montoneras federales, tanto los “indios amigos”  como la “chusma de pelea con sus chuzas” fueron “disciplinados” desde el gobierno central en el marco del proyecto de país agroexportador triunfante bajo la esfera británica.

Desde esta perspectiva, la llamada “conquista del desierto” puede ser considerada, en términos geohistóricos a escala nacional, como la continuación de la “guerra de policía” lanzada por el mitrismo- expresión política de la oligarquía porteña-  luego de Pavón en el marco de un roquismo ya “mitrificado”[18]. No así en términos geoestratégicos a escala internacional, dado que dicha campaña aseguró la integridad territorial argentina frente al interés extranjero que se cierne sobre la patagonia continental, islas y mares del sur.

Por último, en términos geoculturales, el proceso territorial desarrollado en este trabajo constituye un eslabón más,  a escala subregional, de la histórica confluencia multígena del pueblo argentino, no exenta de fricciones, injusticias y violencias de todo tipo pero que, no obstante, son plausibles de ser conjuradas y/o redimidas por la acción vivificante de cultura popular en el marco de la incesante – es decir, histórica- reapropiación y relanzamiento de la identidad nacional argentina conforme a las realidades geopolíticas, las cuales se encuentran indisolublemente involucradas.


* Imagen extraída de Infobae: https://www.infobae.com/politica/2017/08/08/the-mapuche-nation-el-pueblo-originario-con-sede-en-bristol-inglaterra/

[2] Juan Domingo Perón escribe un libro sobre el tema, Toponimia patagónica de etimología araucana que fuera prologado en su 3ra edición de 1952 por José Imbelloni, Director del Instituto de Antropología del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti.

[3] Ver Miguel de Olivares. Los Jesuitas en la Patagonia (1593-1736). Buenos Aires, Ediciones Continente, 2005.

[4] Musters relata en sus crónicas sobre el viaje que realizó desde el Estrecho de Magallanes hasta Patagones junto a un nutrido grupo de tehuelches, el gusto que los naturales tenían por el juego de naipes. Ver Musters C. George. Vida entre los Patagones ( 1869-1870). Buenos Aires, Ediciones Continente, 2007.

[5] “… se celebró un gran parlamento que duró hasta la tarde; se confirmaron en él todas las resoluciones : esto es que Casimiro quedaba reconocido com el gran cacique del sur ; con jurisdicción sobre todos los indios al sur del río Limay ; que garantizaría con su gente la seguridad de Patagones y tendría en jaque a los indios palmas de Las Salinas , al mando del cacique Cafulcura , en el caso improbable de que este tratara de atravesar el río Limay para hacer correrías en las colonias …” en Musters, Ch. George. Vida entre Patagones. Ediciones Continente, Buenos Aires, 2007, pp. 290-291.

[6] Vezub J. Patagones y las redes indígenas y criollas. Informe de divulgación. Museo Emma Nozzi perteneciente a la Fundación Banco Provincia  y el archivo histórico Arturo Jauretche. Disponible en: https://emmanozzi.org/topico/carmen-de-patagones-y-las-redes-indigenas-y-criollas

[7] Como el conjunto de objetos  y otros documentos que integran del fondo histórico del Museo Emma Nozzi de la ciudad de Carmen de Patagones listados por Vezub en el trabajo arriba citado que dan cuenta de la formación indígena y mestiza del histórico poblado, “la clava de mando que el cacique Foyel le regaló al comandante Liborio Bernal como contraparte del tratado que suscribieron en 1873, los libros copiadores de partes de la comandancia que asientan las cabezas de ganado adeudadas a los comerciantes por los anticipos del ‘Negocio Pacífico de Indios’, los registros de vecindad que censan a las ‘chinas cristianadas’ que vivían en las casas de familia como servidumbre, los padrinazgos de hijos de caciques, la mano de obra indígena del saladero, los sumarios judiciales a los desertores que se fugaban a las tolderías, el mapa del catastro del curso inferior levantado por Díaz y Heusser que muestra los potreros lindantes donde pastaba el ganado de hacendados e ´indios amigos´, los alegatos de los misioneros salesianos contra el maltrato a los indígenas al tiempo que los mismos religiosos participaban en el sistema de reparto de mujeres y niños, la bayoneta de un soldado negro de la guarnición con muescas por cada muerto que tenía en su haber, el habano con el que el general Villegas retribuyó el banquete con el que lo homenajearon los notables por las campañas (…)”.

[8] “ (…) tal como se evidenció el día de junio de 1856 cuando Llanquitruz ingresó al pueblo con su comitiva, y fue ovacionado y abrazado por muchos y muchas que lo reconocieron como uno de ellos, o mejor dicho como su jefe legítimo”. Ver Vezub, ibidem.

[9] Al punto que el propio Rosas redacta un diccionario y libro de gramática de la lengua pampa (Pampa – Ranquel – Araucano), obra de suma importancia lingüística e histórica. Ver la edición de 1947 publicada por Oscar R. Suárez Caviglia y Enrique Stieben  en la Editorial Albatros que fuera prologada por Manuel Galvez. Disponible en: https://institutorosas.cultura.gob.ar/media/uploads/site-35/multimedia/gramatica_y_diccionario_de_la_lengua_pampa_pampa_ranquel_araucano.pdf

[10] Para ampliar ver Silvana Buscaglia. El origen de la cacica María y su familia. Una aproximación genealógica (Patagonia, siglos XVIII-XIX). Revista Corpus. Vol. 9, No 1, 2019. Disponible en:

https://journals.openedition.org/corpusarchivos/2915

[11] Ver Sofía C. Haller, Balleneros, loberos y guaneros en Patagonia y Malvinas. Una historia ambiental del mar: 1800-1914, Ed Sb., 2024.

[12] La fundación de Fuerte Bulnes en 1843 fue una iniciativa del gobierno chileno en su disputa con Argentina por el control de los mares del sur y la patagonia meridional. Se dió en el contexto en que la Confederación argentina se hallaba bajo el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata, sin posibilidad de destinar recursos materiales para se defensa. No obstante, Felipe Arana, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de la Confederación al mando de Juan Manuel de Rosas, presenta una nota formal de protesta ante el gobierno chileno al enterarse de la existencia del asentamiento magallánico.Asimismo, Rosas  en su Proclama del arroyo de  Napostá, dirigida a sus tropas expedicionarias en 1834 cerca de Bahía Blanca donde afirma la vocación surera: “Las bellas regiones que se extienden hasta la cordillera de los Andes y las costas que se desenvuelven hasta el afamado Magallanes, quedan abiertas para nuestros hijos. Habéis excedido las esperanzas de la Patria”.

[13] Un siglo y medio antes de la famosa obra pictórica de Joaquín Torres Caicedo “América Invertida”.

[14] Ver Hartlich A. El ojo austral. De Guaman Poma de Ayala a Perón. Una historia de la geocultura del sur. SB Ed. Buenos Aires, 2024.

[15] Matthews, A. Crónica de la colonia galesa de la Patagonia . Ed. Rigal Buenos Aires, 1954 pp, 34-35.

[16] Ramos, Jorge Abelardo en Introducción de Historia de la Nación Latinoamericana, Buenos Aires, Peña Lillo- Ediciones Continente, 2011. pp 21-30.

[17] Aunque en este último caso, antes que una “confederación” estable o permanente,  se trataba de un cacicazgo férreo al tiempo que flexible,  con notable capacidad para articular alianzas con el fin de guerrear, comerciar o negociar con el huinca entre distintos grupos huiliches, ranqueles, pampas y araucanos transcordileranos si las condiciones contingentes lo ameritaban.

[18] Para introducirse en  el debate entre las distintas corrientes revisionistas sobre el carácter de Roquismo consultar el trabajo de Juan Godoy Roca y los revisionistas. Disponible en: https://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/roca-y-los-revisionistas

 

Ernesto Dufour
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