La perspectiva nacional-latinoamericana constituye nuestra forma particular de comprender lo universal. Desde esta perspectiva, resulta fundamental abordar los problemas centrales que atraviesan los debates intelectuales y políticos de la región. El análisis de estas cuestiones clave facilita la construcción de un esquema de pensamiento propio, que reflexione desde nuestras propias problemáticas territoriales y en función de ellas. De este modo, se busca articular y consolidar un conjunto de ideas que contribuyan a formar una matriz de pensamiento genuinamente latinoamericana.
El articulo analiza las limitaciones de los enfoques tradicionales sobre el desarrollo en America Latina, pues se considera que estos suelen omitir la dimensión histórico-estructural de la dependencia latinoamericana y su correlato político-cultural. Se parte de la premisa de que sustituir únicamente la perspectiva económica por una sociológica resulta insuficiente para abordar las interrogantes fundamentales sobre el desarrollo de los pueblos.
Dado que el desarrollo constituye un fenómeno social integral, donde incluso los elementos económicos revelan las estructuras de relaciones sociales que los sustentan, este trabajo propone una perspectiva que trascienda el análisis fragmentado de las condiciones sociales y los impactos del sistema económico.
Para abordar esta problemática, se analizará el texto “Dependencia y desarrollo en America Latina” de Cardozo y Faletto, complementándolo con el análisis de dos pensadores argentinos: Mario Casalla y Jorge Abelardo Ramos. Si bien provienen de tradiciones distintas, ambos autores convergen en la necesidad de pensar América Latina desde sí misma, superando el modelo importado de desarrollo, sus reflexiones se basan que en America Latina confluyen una identidad compartida y un proyecto en común.
El marco teórico se apoya principalmente en la obra de Mario Casalla América Latina en perspectiva: Dramas del pasado, huellas del presente (2003), en la cual el autor propone una redefinición rigurosa de los conceptos de “nación” y “pueblo”, abordados desde una perspectiva específicamente latinoamericana.
Esta redefinición conceptual apunta a reconstruir el sentido profundo de la comunidad histórica con raíces propias, superando así el pensamiento colonial y eurocéntrico. Complementariamente se incorporará el análisis de Jorge Abelardo Ramos, quien en su obra “Historia de la nación latinoamericana”, cuya primera edición sale a la luz en 1968, concibe dicha historia como una herramienta que contribuya a superar la balcanización latinoamericana y avanzar hacia una unidad continental.
Ambos pensadores destacan la necesidad de revisitar el pasado no solo para revisarlo y recordarlo, sino como fuente de enseñanzas orientadas al presente y al futuro. Casalla en el prólogo de su libro define su enfoque como “un ensayo de interpretación desde lo universal situado”[1]. A su vez, Ramos (2011) sostiene que “America Latina perdió la posibilidad de reunirse como nación y avanzar hacia el progreso social” (p.22). Ambos autores van a señalar y profundizar en torno a la integración y al proyecto de futuro común, en concordancia con unos de los núcleos temáticos que ofrece la catedra en torno a los debates desarrollistas en vinculación a la integración y construcción nacional (postulados de la CEPAL).
El trabajo, a partir de estas referencias teóricas mencionadas, busca aportar una lectura crítica que recupere las raíces histórico-culturales del proyecto latinoamericano como alternativa al modelo hegemónico de desarrollo, incorporando la perspectiva de la Patria Grande[2] como proyecto de futuro para el siglo XXI contribuyendo al debate contemporáneo sobre lo nacional-popular en América Latina.
Sociedades en transición: entre lo tradicional y lo moderno
Siguiendo las ideas de Cardozo y Faletto en su texto “Dependencia y desarrollo en America Latina” que forma parte del libro (1998) “Cincuenta años de pensamiento en la CEPAL: textos seleccionados” el desarrollo es, en sí mismo, un proceso social (p. 477) Esto significa que el crecimiento económico representa fundamentalmente un fenómeno social, pues incluso sus dimensiones meramente financieras reflejan las estructuras de vínculos sociales que las sustentan.
“Los análisis contenidos en los esquemas económicos de desarrollo presuponen la viabilidad del paso del subdesarrollo al desarrollo.” (Cardozo-Faletto,1998, p.477) sin embargo, a estos enfoques se han sumado análisis de tipo sociológico que buscan comprender mejor este proceso de transformación.
En estos análisis, los autores sostienen que “las sociedades latinoamericanas pertenecerían a un tipo estructural denominado generalmente ‘sociedad tradicional’, y que se está produciendo el paso a otro tipo de sociedad llamada “moderna”” (p.478). Además, afirman que, durante el transcurso de la transformación social, aparentemente surge un modelo transitorio y mixto, antes de que se establezca la sociedad moderna, el cual define a las sociedades de los países “en desarrollo”.
No obstante las categorías “tradicional” y “moderno” resultan insuficientemente comprehensivas para capturar con exactitud la totalidad de las circunstancias sociales presentes, y tampoco facilitan la identificación de los elementos estructurales, que determinan la naturaleza de las sociedades estudiadas y revelan las condiciones necesarias para su operación y continuidad.
Asimismo, no se ha logrado establecer una conexión comprensible entre las diversas fases económicas “—por ejemplo, subdesarrollo, desarrollo a través de exportaciones o de sustitución de importaciones, etc.— y los diferentes tipos de estructura social que presuponen las sociedades “tradicionales” y las “modernas”.” (p.478) pero aun así, los autores sostienen que, es posible inferir las características fundamentales de dichas sociedades.
Es importante destacar, que estas transformaciones no constituyen únicamente un proceso de acumulación como afirman Cardozo y Faletto, donde se añaden nuevos “elementos” que se integran a la estructura existente, representa esencialmente un proceso de interacciones entre colectivos, poderes y estratos sociales, mediante el cual algunos sectores buscan establecer sobre toda la sociedad su particular modelo de control.
Hacia un análisis integral
Al intentar vincular el análisis estrictamente económico con la comprensión del desarrollo político y social, el problema básico radica en comprender el proceso de formación de su estructura. Es importante a la vez, entender la orientación y tipo de actuación de las fuerzas sociales que presionan por mantenerla o cambiarla, con todas las repercusiones políticas y sociales consiguientes, en el equilibrio de los grupos tanto en el plano nacional como en el plano externo, según afirman los autores (Cardozo-Faletto,1998, p.479)
La conexión entre desarrollo y modernización no siempre se confirma, especialmente si se parte de la idea de que, en las sociedades más avanzadas, la dominación implica la exclusión de los “grupos tradicionales”. Asimismo, puede ocurrir que una sociedad adopte pautas modernas en aspectos como el consumo o la educación, sin que ello implique, necesariamente, un desarrollo real, entendido como una reducción de la dependencia y un movimiento del sistema económico desde la periferia hacia el centro. Tal es el caso de las sociedades latinoamericanas, que en su mayoría, se han convertido en sociedades en vías de desarrollo o en algunos casos incluso denominadas subdesarrolladas, presentando una alta dependencia económica respecto de las denominadas sociedades occidentales desarrolladas.
Desde el plano de los procesos históricos de estas sociedades, se consideró que éstas solo formarían parte de un “proceso de desarrollo”, que consistiría en llevar a cabo, e incluso reproducían, las diversas etapas que caracterizaron las transformaciones sociales de aquellos los países de Europa occidental o Estados Unidos, tal como sostienen los autores. Tampoco se tuvieron en cuenta las particularidades, e incluso se les resto importancia: “las variaciones históricas, es decir, las singularidades de cada situación de subdesarrollo tengan poco valor interpretativo para este tipo de sociología.” (Cardozo-Faletto,1998, p. 480).
Los autores continúan su análisis manifestando que para comprender el desarrollo de manera integral es necesario superar los enfoques económicos y sociológicos tradicionales, abordando la relación entre el sistema económico y la organización social y política de las sociedades subdesarrolladas, tanto en su interior como en su vínculo con los países desarrollados. El subdesarrollo no debe entenderse como una etapa previa al desarrollo, sino como una situación histórica específica, originada por la integración desigual de las economías periféricas al sistema capitalista mundial. Esta condición implica una función subordinada dentro de la estructura global de producción y distribución, marcada por relaciones de dominación.
Además, se pueden distinguir, entre países subdesarrollados y aquellos sin desarrollo, señalando que el subdesarrollo surge de vínculos históricos con los centros hegemónicos, ya sea en contextos coloniales o dentro de sociedades nacionales. La dependencia generada, por estas relaciones afecta tanto las decisiones productivas, como las pautas de consumo que suelen responder a los intereses de las economías desarrolladas. Por ello, se propone reemplazar el esquema de “desarrollados/subdesarrollados” por el de “economías centrales/periféricas”, más adecuado para comprender las dinámicas históricas, económicas y sociales implicadas: “en determinados casos se realizó la formación de vínculos entre los centros dominantes más desarrollados y los países periféricos cuando ya existía en ellos una sociedad nacional, al paso que en otros, algunas colonias se han transformado en naciones manteniéndose en su situación de subdesarrollo” (Cardozo-Faletto,1998, p. 486)
Perspectivas en torno a América Latina
El pensador brasileño Darcy Ribeiro en su obra “Las Américas y la Civilización” cuya primera edición es del año 1970, propone una lectura original y comprometida del devenir histórico de los pueblos americanos, entendiendo su formación no como una simple extensión de Europa, sino como la emergencia de nuevas civilizaciones. Estas nuevas configuraciones culturales, sociales y étnicas se habrían gestado a partir del profundo entrecruzamiento entre los pueblos originarios del continente, los colonizadores europeos y las poblaciones africanas traídas como esclavos. Para Ribeiro, el mestizaje —entendido no solo como fenómeno biológico, sino como proceso cultural profundo— constituye el eje central de estas civilizaciones emergentes. Además clasifica a los pueblos de America latina según sus procesos de formación histórica y cultural. A la Argentina y a Uruguay, por ejemplo, los sitúa como “Pueblos Trasplantados” aquellos pueblos que “surgieron de la radicación de europeos, emigrados en grupos familiares, a los que movía el deseo de reconstituirse en el nuevo continente, con una libertad mayor y con mejores perspectivas de prosperidad que las existentes en sus países de origen, el estilo de vida característico de su cultura matriz” (Ribeiro,1985, p.403) , aunque aclara, que en ambos países esto se realizó luego de que se estructuraron como pueblos mestizos.
Por eso el análisis del subdesarrollo, no puede limitarse a una descripción estructural de las economías periféricas, sino que exige una comprensión histórica de las relaciones de dependencia que las han configurado. El subdesarrollo, lejos de ser una simple etapa previa al desarrollo, constituye una posición específica dentro de un sistema capitalista global, marcado por relaciones de dominación entre economías centrales y periféricas. Por ello, resulta necesario abandonar enfoques ahistóricos o reduccionistas y adoptar una perspectiva que reconozca tanto las dinámicas económicas como las configuraciones sociales y políticas internas que sostienen esta situación. En este sentido, la categoría de “economías periféricas” permite captar con mayor precisión la complejidad de los vínculos y funciones que los países subdesarrollados cumplen en el sistema mundial, “Las nociones de “centro” y “periferia”, por su parte, subrayan las funciones que cumplen las economías subdesarrolladas en el mercado mundial, sin destacar para nada los factores político-sociales implicados en la situación de dependencia.” (Cardozo y Faletto, 1998: p. 488)
Mario Casalla en su libro del 2003 “América Latina en Perspectiva. Dramas del Pasado, huellas del presente” afirma que es innegable que la interacción dominante entre los distintos sistemas coloniales (español, inglés, francés y holandés) fue fundamental en la configuración de la estructura política, económica y social que caracteriza a América Latina en la actualidad. A pesar de los intentos por disimular o restar importancia a esta influencia, gran parte de nuestra identidad actual y de los desafíos que aún enfrentamos como región están profundamente vinculados con esa herencia colonial, que posteriormente se transformó en las diversas realidades que definen a nuestras naciones, afirmara (p.281)
También por provenir de distintas matrices coloniales y por las relaciones que se fueron dando con las grandes centros de poder, como fueron Madrid y Londres, fueron marcando la conformación de los numerosos estados nacionales, que se dieron como desintegración de la región. Casalla va a marcar que “esto se refleja también en el pensamiento político y social que acompaño, como trasfondo ideológica a las respectivas gestas independentistas y a las inmediatas décadas de organización nacional” (p.291) además esto influyo en las etapas de conformación del desarrollo o subdesarrollo económico de la región. Pues esta situación, no es más que una realidad histórica específica que nace cuando las economías menos favorecidas se integran de manera desventajosa al capitalismo mundial. Esto las coloca en una posición dependiente dentro del sistema global de producción y comercio, bajo relaciones de poder desiguales. Lo mismo ocurre cuando se elude a los conceptos de “Nación” o “Nacionalismo” sin tener en cuenta que la formación europea de las naciones surgieron de circunstancias y procesos únicos que los separan de experiencias como las latinoamericanas. Nos hemos conformado históricamente con la visión eurocéntrica, que desde sus inicios en suelo americano “se presenta sin más como «universal», con lo que se produce una transpolación epistemológica que en nada ayuda al conocimiento de nuestra realidad sino que, por el contrario, la distorsiona severamente.” (Casalla, 2003, p.351).
Las naciones del continente americano emergieron a partir de la desintegración de la América bajo dominio español y del debilitamiento de su sistema económico, a diferencia del proceso europeo, donde las nacionalidades se fortalecieron mediante la unificación territorial y cultural de sus pueblos, evidenciando una solidez institucional, “En América Latina las nacionalidades surgen más bien como fragmentos de un todo mayor y a partir de procesos con fuerte influencia exterior, antes que como decisiones libres y autónomas de estados soberanos que van concentrando poder, como lo fue en el caso europeo” (p.356).
La integración regional: una constante en la proyección del futuro
En el plano económico, es importante señalar que el ingreso de los distintos pueblos latinoamericanos en su etapa nacional surgió como subordinación, como economías periféricas, muy al margen del crecimiento del capitalismo europeo que para ese entonces se hallaba en plena expansión. En este sentido, las nacientes nacionalidades latinoamericanas, fueron más bien, consecuencia de la pobreza heredada del orden colonial que del despliegue autónomo de sus capacidades productivas. Señala Casalla, las experiencias nacionales latinoamericanas han tenido, desde su origen, una naturaleza dual que muestra dos caras a la vez: “el de la incipiente y prometida libertad y el de la vieja dominación colonial: cambian los nombres y los protagonistas, pero ese bifrontalismo irresuelto, insiste y exigirá nuevas respuestas” (Casalla, 2003, p.357). De allí que, desde sus orígenes, arrastren una dependencia estructural, manifestada en numerosos —y hasta ahora en gran medida fallidos— intentos de emancipación efectiva.
La experiencia histórica de estas naciones presenta, desde el inicio, una doble cara: por un lado, el impulso hacia la libertad y, por otro, la persistencia de los mecanismos de dominación colonial
El origen colonial dejó una marca profunda en las dimensiones políticas, económicas y culturales de la región, y explica por qué las nacionalidades surgidas fueron débiles, empobrecidas y vulnerables ante las dinámicas internacionales. A pesar de haber proclamado su independencia hace casi dos siglos, la conformación efectiva de una nacionalidad autónoma sigue siendo en muchos países una tarea inconclusa. Aunque existen estados y sociedades, aún persiste una brecha histórica: falta consolidar el vínculo profundo que dé sentido al Estado Nacional y garantice a la sociedad un ejercicio pleno de su soberanía.
América Latina, sin embargo, todavía debe completar su ciclo de formación nacional, aunque ahora lo haga en un contexto internacional radicalmente distinto, marcado por la globalización,
“se trata de construir la Nación precisamente porque, a contramano de las secuencias usuales, los otros dos elementos fundamentales de lo político sí existen (hay Estados y hay sociedades), pero queda ese hiato histórico, indispensable para que el Estado nacional tenga un sentido real y pleno, y sus sociedades gocen de una razonable dosis de libertad y capacidad de decisión soberanas.” (Casalla, 2003, p.359)
El intenso proceso de globalización, iniciado décadas atrás y en constante consolidación, demanda una redefinición sustancial de la construcción nacional. Ciertamente, el modelo de Nación del siglo XIX resulta inadecuado para pensar el presente en términos regionales, y carece de sentido seguir replicando ese modelo en el siglo XXI, pues esto implicaría desconocer las transformaciones históricas, políticas y culturales que atraviesan a América Latina. La fragilidad institucional y las limitaciones económicas que caracterizaron el surgimiento de estas excolonias hicieron que su soberanía fuera mayormente formal, mientras su dependencia externa se consolidó como un rasgo persistente. De esta manera, la integración regional se configuraría, como el horizonte inevitable para completar el ciclo de formación nacional inconcluso, permitiendo que América Latina construya una soberanía efectiva que, sin renunciar a las particularidades nacionales, las potencie a través de la unidad continental, con vistas a universalizar su pensamiento, reafirmando además, su identidad continental. Va a afirmar Casalla que “Lo nacional no es el «pasado» que como principio (formal) quedó atrás; es lo que está «por delante y cumple» el doble servicio de universalizarnos y remitirnos siempre, sin embargo, a nuestro propio hogar. “(p.393)
Nación mutilada
En la introducción a su libro “Historia de la Nación Latinoamericana” (2011) Jorge Abelardo Ramos plantea la necesidad de indagar si “estamos en presencia de una Nación mutilada, con veinte provincias a la deriva, erigidas en Estados más o menos soberanos” (p. 21). El autor señala que, para la mayoría de los europeos, la noción de Nación resulta algo superado, dado que lograron consolidar su unidad nacional dentro del Estado moderno hace ya bastante tiempo. Sin embargo, su nacionalismo permanece profundamente arraigado y se manifiesta de forma espontánea, aunque esté encubierto por un discurso imperial, que se presenta como universalista y generoso. Esta actitud solo se hace evidente, cuando otros pueblos que se incorporaron más tarde a la historia mundial intentan alcanzar los mismos ideales que los europeos buscaron entre los siglos XVI y XIX (Ramos, 2011, p. 21).
A la par de este arraigado nacionalismo europeo, el capitalismo también alcanzó un notable impulso, gracias a la fluida interrelación económica, política y financiera entre los distintos componentes de la Nación occidental europea. Este sistema potenció enormemente la capacidad productiva, en gran parte debido a la existencia de un amplio mercado interno y a la cohesión que brindaba una lengua nacional compartida, la cual delineaba las fronteras político-culturales del Estado, al tiempo que este mismo Estado ejercía control y explotación sobre los países que no pertenecían a dicha Nación europea. Por ello, el siglo XIX puede ser identificado como la era del auge de los movimientos nacionalistas siguiendo el análisis del Ramos (p.22).
Contraponiendo a este momento de consolidación del nacionalismo europeo y la expansión del capitalismo “America latina perdió la posibilidad de reunirse en Nación y avanzar hacia el progreso social, tal como lo hacían los Estados recién unidos en el norte del continente americano” (Ramos, 2011, p. 23). Aquí las oligarquías agrícolas y comerciales dueñas de los puertos se aliaban a los “hábiles diplomáticos ingleses y norteamericanos” (Ramos,2011, p.22) para consolidar la fragmentación en nombre de la independencia convirtiendo a la región en “republicas solitarias con soberanía formal y economías abiertas” (Ramos, 2011, p.22).
America Latina no sólo está determinada por el atraso económico o productivo. Su gran problema, revestido de un sentido histórico —como afirma Ramos—, radica en que “América Latina no se encuentra dividida porque es ‘subdesarrollada’, sino que es ‘subdesarrollada’ porque está dividida” (Ramos, 2011, p. 23).
Desde la caída del Imperio español y la consiguiente apropiación de América Latina por parte de Europa, no sólo se produjo un control económico sobre recursos clave —como el sistema ferroviario, las materias primas, el petróleo o la carne—, sino que también se concretó una forma de sometimiento aún más profunda y peligrosa: la colonización intelectual. Gran parte de la incipiente burguesía latinoamericana, al igual que las clases intelectuales, fue moldeada bajo la influencia europea, lo cual generó una distancia simbólica entre la realidad nacional y los modelos culturales y políticos foráneos que se tomaban como referencia (Ramos, 2011, p. 24).
La denigración europea se fundaba en la necesidad de ignorar y desacreditar aquello que esquilmaba. La auto denigración de la intelligentsia latinoamericana reposaba, por su parte, en el hecho de que estaba obligada a vivir de la clase directamente dominante, la oligarquía, que no era una clase nacional sino por su residencia e intereses. (p.24)
América Latina se constituyó, de este modo, como una “Nación no constituida” (Ramos,2011, p.28); una entidad fragmentada que, sin embargo, ha sido sostenida por hombres y mujeres, que conservan en su pensamiento las claves necesarias para mantener viva la necesidad de su realización histórica. Estas aspiraciones, que se revelan como indisociables, expresan de manera conjunta los pilares fundamentales de un salto histórico ineludible: una Revolución unificadora y una liberación social que ponga fin a toda forma de explotación. Sin ambos procesos, resulta imposible reconocer y reconstruir la historia enterrada en nuestra tierra, una historia marcada por la división y el sufrimiento (Ramos, 2011:29)
Conclusión
A lo largo de este artículo se ha buscado problematizar las limitaciones de los enfoques tradicionales sobre el desarrollo en América Latina, proponiendo una lectura que reconozca el carácter histórico-estructural de la dependencia y la necesidad de repensar nuestras categorías desde una perspectiva situada. Tal como señalan Cardozo y Faletto, el subdesarrollo no constituye una simple etapa previa al desarrollo, sino una condición estructural derivada de la integración desigual y subordinada de las economías periféricas al sistema capitalista mundial. Esta dependencia no solo se expresa en lo económico, sino también en las dimensiones políticas, sociales y culturales, afectando la posibilidad de construir proyectos nacionales autónomos y sostenibles. Este subdesarrollo a que han llevado a la región, han derivado en la fragmentación territorial, en gran parte han impedido que busquemos la solución a nuestras problemáticas territoriales, inclusive que se consoliden y afiancen las ideas y conceptos propios del pensamiento nacional latinoamericano.
En diálogo con esta perspectiva, el pensamiento de Jorge Abelardo Ramos y el de Mario Casalla, permiten ampliar y profundizar la crítica, al recuperar el horizonte histórico y filosófico de una América Latina fragmentada pero atravesada por una identidad común y un destino compartido. Ramos aporta una visión histórica que denuncia el carácter artificial de la balcanización latinoamericana y la conversión de una potencial nación unificada en un mosaico de repúblicas débiles y subordinadas. Casalla, por su parte, introduce el concepto de universal situado para cuestionar la hegemonía epistémica eurocéntrica e invitar a una reconstrucción del pensamiento desde nuestras propias matrices culturales, históricas y territoriales.
Ambos autores, desde tradiciones distintas, coinciden en señalar que la conformación de nuestras nacionalidades fue interrumpida por intereses externos que impidieron el despliegue de un verdadero proceso de unificación y soberanía. En este sentido, la noción de Patria Grande se revela como una categoría no solo política sino también filosófica, que condensa la aspiración de los pueblos latinoamericanos a constituirse en una comunidad histórica con capacidad de autodeterminación, justicia social y proyección universal desde su propia realidad.
Esta lectura crítica del desarrollo, inspirada en los aportes de la cátedra de Política Económica y Distribución de la Riqueza en el Pensamiento Nacional y Latinoamericano, no busca sustituir un marco teórico por otro, sino promover una reflexión integral, multidimensional y situada, capaz de articular las dimensiones económicas, sociales, políticas y culturales en la comprensión de nuestra región. La unidad continental, entendida como una forma de completar el ciclo inconcluso de la constitución nacional, aparece no solo como una posibilidad, sino como una necesidad histórica urgente en el siglo XXI.
Superar la dependencia, tanto material como simbólica, implica recuperar nuestra voz, reconstruir nuestra historia desde abajo y desde dentro, y proyectar un futuro común que reemplace la fragmentación heredada por una integración consciente, crítica y transformadora. Solo así será posible consolidar una soberanía efectiva y un pensamiento verdaderamente latinoamericano que, sin dejar de ser propio, dialogue con lo universal desde nuestra singularidad.
[1] El concepto de universal situado, formulado por Mario Casalla (2004), refiere a una forma de universalidad que no se impone desde la abstracción o el desarraigo, sino que emerge desde contextos históricos, culturales y geopolíticos concretos. A diferencia de la universalidad abstracta —propia del pensamiento eurocéntrico que pretende hablar “desde ninguna parte”—, el universal situado reconoce y asume la finitud y localización del pensamiento, sin por ello renunciar a su vocación de trascendencia. Se trata de un universal que no niega lo particular, sino que lo incorpora como punto de partida para construir un horizonte compartido que sea abierto, crítico y no totalitario. En este sentido, pensar desde lo universal situado implica que toda filosofía verdadera es, ante todo, un pensamiento encarnado en un “aquí y ahora” cultural, que busca superar tanto los particularismos cerrados como las pretensiones imperiales de un saber único y homogéneo.
[2] La idea de la “Patria Grande” no se atribuye a un único autor, sino que constituye una categoría histórica y política que atraviesa el pensamiento latinoamericano desde sus orígenes emancipatorios. Su raíz puede rastrearse en el proyecto integracionista de Simón Bolívar, quien, tras las independencias, concibió a América Latina como una unidad geopolítica destinada a consolidarse frente a las potencias imperiales. Si bien Bolívar no utilizó literalmente la expresión, su pensamiento prefigura con claridad el ideal de una gran nación latinoamericana. En el siglo XX, esta concepción fue recuperada y sistematizada por pensadores como por ejemplo Jorge Abelardo Ramos, quien dotó al término “Patria Grande” de un contenido histórico y político específico. Para Ramos, América Latina constituye una nación fragmentada —una “nación inconclusa”— cuyas divisiones internas fueron promovidas por el colonialismo y sostenidas por las élites locales al servicio de intereses foráneos. En su lectura, la reunificación de los pueblos latinoamericanos no es solo un anhelo, sino una tarea histórica impostergable. En el siglo XXI, esta noción ha sido retomada por diversos procesos de integración regional quienes la inscriben en una tradición de lucha por la soberanía, la autodeterminación y la unidad continental.
* Imagen de portada. Fuente: www.depostalesurbanas.com
FUENTES
Casalla, M. (2004). La filosofía latinoamericana como ejercicio de lo universal-situado. Revista Cuadernos del Sur, (33), 57–71. Universidad Nacional del Sur.
Casalla, M. (2003). América Latina en perspectiva: Dramas del pasado, huellas del presente. Bs. As. Ed. Altamira
Cardoso, F. H., & Faletto, E. (1998). Dependencia y desarrollo en América Latina. En cincuenta años de pensamiento en la CEPAL: Textos seleccionados. (Vol. II, pp. 477-494). CEPAL/ Fondo de Cultura Económica.
Godoy, J. (2025). Eje de Clase 5, Los estados continentales y la industria. El papel de la Patria Grande en el Siglo XX. Peronismo: anti-imperialismo y Tercera Posición. Apuntes de Clase. Materia: Política Económica y Distribución de la Riqueza en el Pensamiento Nacional y Latinoamericano-UNLa
Ramos, J.A. (2011). La historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires: Peña Lillo Ediciones Continente.
Riveiro, D. (1985). Las Américas y la civilización. Buenos Aires: Centro Editor de America Latina.