Resumen: A 200 años de la Declaratoria de Independencia de Uruguay, este artículo analiza
la independencia como un proceso histórico complejo, marcado por tensiones internas y
externas, compromisos regionales y disputas de soberanía. Se revisan las interpretaciones de
historiadores clásicos y contemporáneos para comprender la construcción de la identidad
uruguaya y la formación del Estado, mostrando que, más que un hecho cerrado, la
independencia fue un proceso de negociación y mediación.
El año 2025 nos invita a repensar, con la distancia que da el tiempo, aquel proceso que
solemos llamar “Independencia.”
A doscientos años de la Cruzada Libertadora y la Declaratoria de la Florida, conviene
preguntarse si en verdad se trató de una independencia, o más bien, una solución de
compromiso, nacida para el equilibrio en la región del Río de la Plata.
En lugar de la narrativa celebratoria, conviene observarlo como un proceso, con tensiones y
contradicciones, donde el resultado no fue la “victoria de una nación” predestinada, sino la
emergencia de un Estado condicionado por fuerzas internas y externas.
La historia oficial tendió a relatar el año 1825 como el momento de constitución definitiva de
la “nación uruguaya”. Sin embargo, la Banda Oriental se configuró desde sus orígenes como
un espacio fronterizo, atravesado por la disputa entre proyectos imperiales y regionales.
El siglo XIX inició marcado por las guerras de independencia donde orientales, portugueses,
brasileños, bonaerense y luego ingleses se cruzaban en un escenario de lealtades cambiantes.
Pero más allá de las batallas, cabe preguntarse: ¿qué identidad se estaba forjando en la Banda
Oriental? ¿Existía realmente una nación uruguaya” en gestación, o más bien un mosaico de
pertenencias, proyectos, intereses y tenciones aun abiertas?
Por un lado, se encontraba las Provincias Unidas del Río de la Plata, que no era lo mismo de
la actual Argentina (por la extensión geográfica) , sino un conjunto de territorios diversos,
cada vez más subordinados a la centralidad porteña.
La constitución unitaria de 1826, impulsada bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia, era
la expresión del proyecto de Estado centralizado, moderno en lo jurídico, para su época, pero
resistido por las provincias interiores.
Del otro lado, el Imperio del Brasil, heredero del Imperio Portugués y gobernado por el Rey
Pedro I, representaba una forma diferente de soberanía: monárquica, centralizada, con un
ejército regular poderoso y un proyecto expansivo que veía en la Banda Oriental una pieza
fundamental para consolidar su frontera sur.
La Banda Oriental quedaba atrapada entre esos dos polos en formación, muy distintas en su
organización política como en sus ambiciones. ¿Cómo incidía esta tensión en su territorio?
Al sur del rio Negro, Montevideo, tenían vínculos más estrechos con Buenos Aires, tanto
comerciales como políticos, mientras que, al norte del río, en regiones como el actual
Tacuarembó, Paysandú o Cerro Largo, persistían lógicas sociales y económicas ligadas al
Brasil riograndense.
En ese mosaico, la noción de una “identidad oriental” era, al menos, frágil y contradictoria.
Varios historiadores han señalado que la construcción de una identidad uruguaya está
vinculada a la llamada “batalla de los puertos” Mientras que Buenos Aires buscaba
consolidar su monopolio sobre el comercio exterior de la Cuenca del Plata, Montevideo
aparecía como un puerto alternativo, estratégico para la circulación de mercancías y el
contrabando.
La competencia entre ambos centros comerciales no fue un detalle menor: alimentó la idea de
que existía un interés “oriental” distinto del porteño, con raíces económicas que luego serían
reinterpretadas en clave política.
Autores como José Pedro Barrán y Benjamín Nahum (2013) han subrayado; cómo la disputa
de los puertos influyó en la diferenciación de ambos lados del estuario.
Más tarde, historiadores como Gerardo Caetano (2011), han señalado que esta narrativa
ayudó a la constricción de la imagen de un “Uruguay excepcional”, un Estado que no solo
habría surgido como producto de un compromiso regional, sino también como portador de
una singularidad tanto económica como política que justificaba la autonomía.
Esta interpretación, sin embargo, también debe leerse como parte de una concepción política
posterior, que buscó consolidar una distancia, al menos simbólica, con el país vecino
argentino. En ese sentido, funcionó tanto como realidad económica del siglo XIX como mito
fundacional de una identidad diferenciada.
El principal referente del federalismo, José Gervasio Artigas, ya llevaba años en el exilio
paraguayo, vio desvanecer desde la distancia su proyecto de Liga Federal de los Pueblos
Libres desde 1820.
La provincia había sido incorporada como “Cisplatina” al Imperio luso-brasileño en 1821,
tras la ocupación iniciada en 1817 por el general Carlos Federico Lecor, quien contó
Con el apoyo algunos sectores montevideanos y de caudillos locales como Fructuoso Rivera.
Al mismo tiempo, Juan Antonio Lavalleja buscaba respaldo en Buenos Aires para organizar
la futura Cruzada Libertadora de 1825.
Aquellos expedicionarios, conocidos como los “Treinta y Tres”, no fueron en realidad solo
33, ni exclusivamente orientales. Integraban en sus filas, criollos, mestizos,
afrodescendientes, gauchos y comerciantes de la campaña, además del apoyo financiero de
sectores vinculados a los saladeros bonaerenses y del propio Juan Manuel de Rosas, entonces
gobernador de Buenos Aires.
Ese desembarco, ocurrido un abril, pero de 1825, no solo fue un acto simbólico: marcó el
inicio de un conflicto bélico que enfrentó al Imperio del Brasil con las Provincias Unidas del
Río de la Plata.
Este conflicto puso en evidencia la fragilidad de la región y la complejidad de sus lealtades.
Mientras las Provincias Unidas apoyaban a los insurgentes, Brasil movilizó las tropas
regulares bajo el monarca para mantener su control sobre la Cisplatina.
No fue simplemente una lucha entre “nación contra imperio”, sino un choque entre proyectos
de Estados distintos y sistemas de soberanía en formación.
La intervención británica fue determinante para definir el futuro estado uruguayo.
En 1828, después de tres años de guerra entre orientales, brasileños y porteños, la
Convención Preliminar de Paz estableció la creación de un Estado independiente.
De esta manera, el territorio al oriente del río Uruguay se constituyó como un “Estado tapón”.
Como lo dice la canción;
una cuñita entre troncos,
poca tierra y poca gente.
(“Gato Federal” – Tabaré Etcheverry,1972)
Una percepción histórica de un país pequeño, estratégico y frágil, surgido de compromisos
regionales más que de una victoria militar absoluta, es lo que intenta reflejar el autor de una
manera poética.
Dos años después, en 1830, se sancionó la primera Constitución uruguaya, que consolidó las
instituciones del nuevo Estado. Inspirada en modelos de la época – como la constitución
unitaria de Bernardino Rivadavia en Argentina – y redactada por un reducido grupo de
doctores y élites, esta constitución establecía un sistema de gobierno republicano y delimitaba
los poderes políticos, pero la participación ciudadana era extremadamente limitada: solo una
gran minoría podía votar, reflejando las restricciones sociales y políticas de entonces.
Esta constitución cerró formalmente el proceso iniciado por la Cruzada Libertadora, dando un
marco legal a un país que hasta entonces había emergido en tensiones bélicas, acuerdos
internacionales y conflictos regionales
Hoy, en pleno siglo XXI, vale la pena preguntarse qué significa conmemorar 200 años de una
independencia nacida como compromiso. Quizás más que celebrar, convenga preguntar: ¿qué
lugar ocupa Uruguay en la región?, ¿somos aún un espacio de frontera, de mediación, de
equilibrio?
En tiempos de globalización, repensar la independencia como proceso y no como mito
fundacional no implica negarla, sino complejizarla. El Uruguay, más que una “nación
natural”, fue y sigue siendo el resultado de tensiones y proyectos inconclusos. Tal vez allí
radique su verdadera identidad: un país que nunca termina de cerrarse sobre sí mismo, cuya
historia no se agota en Montevideo, sino que atraviesa todo su territorio y es inseparable del
Río de la Plata y del mundo, y ese legado de mediación y frontera sigue moldeando la
identidad uruguaya
*Imagen extraída de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Banderas_y_Monumento_Artigas_en_la_Plaza_Independencia_-_panoramio.jpg
Bibliografía
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